Vivimos un tiempo poco percibido en su verdadera dimensión. Y digo verdadera dimensión, porque el común de la gente olvida que tenemos Navidad por un hecho ocurrido en un total silencio, en total despojo de grandezas y de lujos. Es el nacimiento de Jesús que ha dotado de sentido la historia humana con su aparición en la ella, en el cuerpo de un niñito. Es un extraño misterio el obrar de Dios. Se camufla en formas insospechadas, por eso se nos hace tan difícil percibir a Dios, porque nos muestra el camino de la humildad.
En nuestro tiempo nos une más un sentido de consumo, que de profundidad. La gente olvida el misterio y se llena de certezas banales, que al final terminan dejándonos más vacíos que antes. Es correr detrás de cosas que se esfuman cuando termina la fiesta. Nuestros pueblos, poco a poco, son invadidos por un neo-paganismo, donde lo que importa es sólo la fiesta, el ruido, los vestidos, las bebidas. Se promueve todo lo que es distracción, y se vende la idea de que ya no hay que celebrar el misterio de Dios, porque eso es cosa del pasado.
Desde aquí, desde Haití, la realidad es diferente, porque en el seno de esta sociedad, la gente busca cómo sobrevivir, dónde encontrar esa esperanza que les diga que esta realidad no es la última por vivir. El correr hacia la frontera e internarse en ese mercado informal y allí recibir algo por sus productos. Esa es la manera que tienen de poder mantenerse en medio de la desesperanza diaria que invade los corazones de muchos seres humanos de este lado de la frontera. Por lo que pensar en una Navidad de consumo y de productos es sólo participar del sufrimiento de muchos seres humanos, porque a la vez hay muchas personas que se benefician del mal vivir de estos hombres y mujeres.
En medio de esta realidad, la pregunta que llega a la cabeza es: ¿Por qué celebrar la Navidad? Pues entiendo que es sencillo responder a esta pregunta, porque la verdadera Navidad, la de Jesús, nos llena de esperanzas, nos dice que la realidad de tantos seres humanos desamparados fue también su realidad. Nos dice que vino a mostrarnos el camino, camino donde el desamparado encuentra su descanso. Hay que volver al pesebre, en aquella noche fría y dejarse guiar por la estrella, que nos muestra el verdadero camino de la Navidad.
Espero que empecemos y que, como a los pastores, los ángeles nos saquen de nuestros afanes cotidianos y emprendamos el camino hacia la verdadera celebración de la Navidad. Esa que se nos muestra en el misterio, que se nos regala sin que tengamos que comprar nada. Ese pequeño pesebre, que es el mismo grano de mostaza que empieza a germinar hasta que se hace grande. Vivamos la fiesta del más grande y que, como ya dijo Benedicto XVI, veamos un Dios que es tan grande que es capaz de hacerse pequeño entre los pequeños y compartir el sufrimiento de los que no pueden entrar en la dinámica capitalista de consumo y desecho.
Vive el misterio desde la realidad que te ha tocado vivir, pues allí Dios se manifiesta. ¡Acaso no lo ves! Dios se ha encarnado en un niñito, por lo tanto, Él obra de manera maravillosa y misteriosa.
Dios te bendiga en el seno de tu hogar y dejes las ovejas de consumo y te lleve por el verdadero camino.
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