Y será Navidad

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La Navidad nos trae a nosotros el recuerdo del nacimiento de Jesús, el he­cho de la Palabra de Dios que se hace carne, uno de nosotros; el Dios divino, se humaniza, se torna al igual que su criatura, el pecado huye y la salvación vuelve al mundo.

No es el consumismo arropante que en años atrás hemos vivido y que en este 2020, debido al coronavirus no vamos a ver.

Y será Navidad tal vez muy parecida aquella pri­mera Navidad que nos relatan los evangelios, en la que había una joven mujer, la Virgen María, la muchachita campesina de Nazaret, debía de tener para entonces unos 13 o 14 años, pues ya había comenzado, dentro de la cultura judía, unos des­posorios con un tal José, al cual Mateo presentará como un hombre justo, pues el Niño Dios, debía de tener un buen padre, como debe ser para cada niño, pues el asunto no es solo procrear, sino acompañar, educar y amar.

Seguro María experimentó todo lo que tiene que ver con los embarazos, náu­seas, repugnancia hacia ciertos alimentos, y por qué no, antojos, y claro está, el cuidado del pobre José ante la situación de su joven esposa y madre del Hijo de Dios.

Y hay un niño. Navidad es recordar el momento de Jesús niño, sus inicios, sus primeros pasos entre noso­tros, el comienzo de la salvación definitiva de Dios para con el hombre y mujer de ayer, hoy y siempre. Un niño sabemos que es débil, frágil, dependiente, pero esperanzador, pues no sabemos qué será de esa criatura en el futuro, pero todo des­de él y en él lo vemos positivo, hasta los malvados esperan cosas buenas de sus hijos, aún hasta desde el campo de su maldad. En él hay pequeñez, Dios se ha hecho pequeño, como dirá el Apóstol Pablo, de que se abajó hasta ser uno de noso­tros, se anonadó, se hizo nada a partir de él, pues se igualó a la criatura en su precariedad y simpleza.

Hay más detalles, como el que nos dice Lucas, de que son los pobres los pri­meros en ver al niño, y es en la pobreza de un come­dero de animales donde nace, para recordarnos que la pobreza, la sencillez y la humildad son los mejores lugares donde podemos en­contrar a Dios, donde pode­mos hacer experiencia de él.

Hay una estrella, según Mateo, las estrellas guían a los navegantes en las no­ches obscuras de alta mar. El niño Dios es nuestro guía, la luz según Juan que viene al mundo, y todos de­bemos ser testigos de esa luz, dejándonos iluminar por ella en nuestro caminar en esta tierra.

El niño nace en una fa­milia, sin mucha bulla, ni muchas cosas, en la familia de José y María y ahora en­riquecida por él. Dios siempre ha sido familiar, pero ahora en navidad lo hace más patente, se adentra a la realidad y vivencia de la fa­milia humana, a su intimidad, a la cercanía que en ella debe de darse, a ese ca­minar juntos en humanidad y en ese tributarse amor entre los cercanos.

Así en parte fue la pri­mera Navidad, y así espe­­ramos que sea en esta, en la comunión con el Dios que nace y que sigue entre noso­tros en medio de la pandemia, y así será de nuevo Na­vidad, teniendo en cuenta estos elementos del Evan­gelio, y no las cosas que han venido a ensombrecer su celebración, hasta el col­mo de negar lo central en ella y presentarla como simples fiestas, y no como la celebración festiva y grande de la humanidad, donde el Dios grande y todopoderoso se hace uno de nosotros.

 

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