Vivamos la Resurrección 

0
1261

-William Arias

Estamos en la pascua, después de la Semana Santa, que ha comenzado en la pri­mera semana de este mes de abril. Celebramos este tiempo litúrgico central en la vida del cristiano, ya que como dice el apóstol Pablo “que si Cristo no re­sucitó vana es nuestra es­pe­ranza”, pues el creyente vive de la pascua, en ella radica la centralidad de nuestra fe.

Cada religión tie­ne su parecido con las demás y su elemento particular y propio, la peculi­aridad del cristianismo es precisamente la resurrección. Los  líderes religiosos mueren y ya, todo término y sus seguidores le dan forma a lo que dijo en vida, pero aunque el cristianismo haga lo mismo respecto a su líder Jesucristo, va más allá, pues enseña y dice que este salió triunfante de la muerte, que está vivo, que lo vieron sus discípulos, y aquella ex­periencia los llevó por el mundo entero dándole a conocer y que incluso fueron capaces de morir violentamente manteniendo la fidelidad a dicha verdad. Es la experiencia de la pascua hacia la cual nosotros, después de ha­ber celebrado el misterio pascual, nos lanzamos.

 La Pascua es la meta del cristiano, pues como nos enseña el mismo San Pa­blo, lo que Cristo consi­guió para sí, lo consiguió también para nosotros. Jesús es el hijo de Dios, co­mo lo somos nosotros: “Hijos en el hijo”, citando de nuevo a Pablo, y por ser hijo somos herederos de todo aquello que Dios ha puesto en Jesús, como la resurrección, la vida e­terna, y por lo tanto también nosotros caminamos hacia la resurrección, la pas­cua se convierte en nuestra meta final.

Pablo el apóstol que he­mos citado, ha sido el que más ha profundizado este misterio en la Biblia. El no se detiene en la vida y muerte de Jesús, sino en el hecho central y trascendente de la pascua; la experiencia suya es en el resucitado. El se le apa­re­ce y a partir de ahí hace del Cristo resucitado su Señor y solo vive para él y por él, lo mismo también no­­sotros: en semana san­ta, al final,  celebramos y cantamos la Vigilia Pas­cual, “la madre de las Vi­gilias”, según  San Agus­tín. En ella proclamamos y renovamos nuestra fe, y con el ardor de dicha celebración, como Pablo hacemos y renovamos nuestra experiencia de fe en Cristo el resucitado y salimos al mundo a caminar junto a los demás hermanos, de manera sinodal, para dar testimonio de Cristo a quien nos lo pida, lo necesite o en donde el Espíritu nos coloque.

Nuestra fe no es en un personaje famoso, o en un líder que fomentó una creencia, es en alguien vivo, que venció en su mo­mento a la muerte, que es­tá vivo y camina con noso­tros. Nos anima mediante su Espíritu en este valle de lágrimas, como le reza­mos a su Madre, pero que el sacrificio y el esfuerzo que hacemos lo valen, pues no es vida en peque­ño que buscamos, es vida en grande y eterna, es poder unirnos al Dios nuestro, creador de todo y pro­pi­ciador de la redención humana en el Hijo Jesús. La muerte ha sido vencida y nosotros proclamamos esa victoria relativizando todo lo que hay a nuestro alrededor, y abrién­donos a una nueva espiritualidad, a una nue­va manera de ver y vivir la vida, a partir del hecho cen­tral de la resurrección.

 Vivamos con gozo estos 50 días que la Iglesia nos regala. No temamos dar testimonio del resucitado, vivamos con él, unidos a él hasta que lleguemos al dador de toda esta vida desbordada en su Hijo mediante la resurrección. FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.