Reynaldo R. Espinal • rr.espinal@ce.pucmm.edu.do

Parte 2

Como ya se explicara en la primera entrega del presente trabajo, al Vicario Bouggenoms, primer Dele­gado Apostólico que arriba a nuestro país, le correspon­dió ejercer sus funciones en momentos muy conflictivos y críticos en la relación entre la Iglesia y el Estado, tras el triunfo de los revolucionarios restauradores y el abandono de la isla por par­te de las tropas españolas, en 1865.

En el conflicto entre la potestad civil y la eclesiástica, entonces existente, el Presidente Pimentel se ne­gó, “arrogándose indebidamente el derecho de patro­nazgo”, como expresara Don Vetilio Alfau Durán, a reconocer como máxima  autoridad de la Iglesia do­minicana al Padre Díaz de Arcaya, conforme lo dispu­siera antes de partir a Espa­ña el Arzobispo Monzón, pero tampoco quiso aceptar a quien al partir a España, Díaz Arcaya dejara pro­puesto como Provicario, es decir, al Padre Benito Díaz Páez.

Fue a la caída de Pimen­tel, el 4 de agosto de 1865, cuando Díaz Páez pudo en­trar a Santo Domingo, ya en el momento en que asume la presidencia el General Cabral, que como ya se in­dicara, sustituye a Pimen­tel. 

Cabral entrega la presidencia a Buenaventura Báez, el 8 de diciembre de 1865, pasando este, de for­ma desconcertante, del disfrute en el extranjero a la primera magistratura del Estado, como le enrostrara  Meriño.

El Padre Díaz Páez es desterrado por Báez, por lo que se vio compelido a ­de­legar sus funciones en el Presbítero Calixto María Pina, que como ya se expresara anteriormente, había hecho causa con los restauradores.

El Padre Díaz Páez reci­be noticias en Puerto Rico de que se gestaba una cons­piración para derrocar a Báez y confiado en que con ello cambiaría el rumbo político en Santo Domingo, se embarca en un vapor que debía escalar en nuestra isla. Llega a la Capital el 19 de mayo de 1866 pero aún no se había rendido la plaza ante los rebeldes, por lo cual no pudo desembarcar.

Pensó el Padre Díaz Páez que ya era inminente en triunfo de los revolucio­narios y que con ello se produciría el abandono de funciones eclesiásticas por par­te del Padre Calixto María Pina, por lo que en previ­sión de tales cambios, y sin descender del barco surto en el puerto de Santo Do­mingo, designó en lugar del Padre Pina al destacado Pá­rroco y fundador de San Cristóbal, el Padre Juan de Jesús Ayala Fabián y García.

Más breve que un suspiro fue la responsabilidad del Padre Ayala al frente de nuestro gobierno eclesiástico, pues el 4 de julio del mismo año de 1866, regresa nuevamente el Padre Díaz Páez, con el nombramiento de Administrador Apostó­lico, el cual recibió de ma­nos del Padre Buggenoms, en Saint Thomas, dado que, como ya se indicara, habían cesado las funciones del Arzobispo Monzón, enviado a su nuevo destino eclesiástico en España.

Fue en aquellas pesaro­sas circunstancias en que se produjo el nombramiento, como Vicario Apostólico, por parte de la Santa Sede, del Padre Luis Nicolás José de Bouggenoms, sacerdote belga, nacido en Lieja,  miembro de la Congrega­ción del Santísimo Reden­tor de San Alfonso María de Ligorio, mejor conocidos como “Los Redento­ristas”. Desde 1859, se de­sempeñaba como Vicario Apostólico en Saint Tho­mas, que era entonces toda­vía posesión de Dinamarca.

Sin embargo, y esto es importante destacarlo, como reseñara Don Vetilio Alfau Durán, mientras se sucedían estas enojosas confrontaciones entre la po­testad civil y la eclesiástica, consagrados y laboriosos sacerdotes desempeñaban sus labores con delicado celo apostólico, manteniendo viva la llama de la fe en medio de tantas vicisitudes y contrariedades.

Así destacó el Padre Ayala en San Cristóbal, desde agosto de 1820; el Padre Silvestre Núñez, en Moca, desde 1822; el Padre Suazo, en Azua, desde 1853; el Padre González Regalado, en Puerto Plata, desde 1820; el Padre Mota, en Monte Plata, el Padre Francisco Díaz Páez, en la Victoria del Ozama; el Pa­dre Espinosa, en San José de las Matas, desde 1844.

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