Siguiendo a Jesús ser sal y luz

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En la década de los 1980 se vivió en el barrio de Los Guandules una seria amenaza de

desalojo. Se sabía que afectaría a los vecinos de varias calles, entre otras, la Santa Fe. Fue

entonces, que escuché uno de los elogios más hermosos sobre una comunidad parroquial

católica. Una vecina, que jamás había pisado la iglesia, le preguntaba a una de las doñas

de la parroquia Domingo Savio: — ¿Y qué dice la comunidad sobre el desalojo? — Ella no

iba a la iglesia, pero quería conocer la opinión de la parroquia para orientarse.

En el Evangelio de hoy, quinto domingo del ciclo A, Jesús exhorta a sus discípulos:

“… Ustedes son la luz del mundo.”

Nadie enciende una luz para mirarla, sino para ver en medio de la oscuridad. Lo

terrible de nuestra pobreza es que nos oscurece el juicio, ¡no sabemos por dónde

empezar! Necesitamos una luz que nos brote desde adentro.

De acuerdo a la Palabra de Dios en el profeta Isaías (58, 7 -10), esa luz no viene de

figurones luminosos, sino de la solidaridad. Todo el magisterio de los Papas y de los

Obispos promueve la solidaridad de forma concreta. Invariablemente piden que se

garanticen los servicios básicos, vivienda, agua, educación, salud y justicia.

Jesús también declara, “ustedes son la sal de la tierra”. La sal saca lo mejor de cada

alimento. Si los cristianos nos metemos a querer hacerlo todo, fracasaremos. Nos toca

trabajar junto a otros por crear las condiciones para que cada ciudadano y nuestras

instituciones den lo mejor de sí. ¡Qué país tendríamos, si en lugar de buscar

exclusivamente nuestro propio provecho, nos esforzáramos por crear las condiciones para

que cada ciudadano pudiera ganarse la vida trabajando!

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