Signos de un encuentro

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Tal vez sea san Lucas el evangelista que nos regalas la páginas más bellas de los evangelios. Este do­mingo la Liturgia de la Palabra nos regala una de esas historias: el encuentro del Resucitado con los discípulos de Emaús.

Es una de las escenas que ha dejado más huellas en la vida de muchos creyentes. Con su riqueza de detalles y envidiable belleza ­literaria y contenido teológico nos lleva desde la decepción, el dolor y la incomprensión de los discípulos a raíz de la muerte de Jesús, a la superación de tales experiencias gracias al encuentro con el Resu­citado, quien les abre los ojos, la mente y el corazón.

Quienes, al inicio del relato, apa­recen abatidos y desalentados, al final del mismo se levantan para ir a contar su experiencia a los demás miembros de la comunidad (no olvidemos que el verbo griego que se traduce como “levantar” es el mismo que significa “resucitar. En su encuentro con Jesucristo también ellos son resucitados, “levantados”).

El paso de una situación a otra en la vida de los discípulos –magnífica catequesis pascual- se realiza a través de dos de los signos que mejor encarnan la experiencia del encuentro. Estos son la palabra y la mesa. A través de ellos entramos en comunión con el otro. Si nos fija­mos, se trata de los dos signos que conforman la celebración eucarística, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Así, este relato no solo recoge la experiencia pascual de los discípulos de Jesús, sino que compendia la principal celebra­ción de la fe cristiana.

En cada Eucaristía celebramos que el Señor camina a nuestro lado cuando parece que vamos desorientados y desanimados por la vida. Él viene a nosotros, se atraviesa en nuestro camino y nos regala lo que todo hombre necesita para no su­cumbir: palabras que alientan e iluminan y el pan que rehabilita nuestras fuerzas. A través de la primera, la Palabra nos ayuda a comprender el significado de la vida, de los hechos que la configuran y de los acontecimientos que nos acaecen.

Por la fracción del Pan somos alimentados para obtener las fuer­zas que necesitamos para nuestra misión en el mundo. Gracias a la Pa­labra y al Pan recibidos del Maestro aquellos dos discípulos son capaces de regresar al lugar de donde habían huido para dar testimonio de su experiencia pascual.

¡Qué dicha la de aquellos dos discípulos! Se encontraron con alguien que caminara con ellos, que les diera palabras de aliento y discernimiento para entender -y supe­rar- la experiencia de fracaso que los envolvía; alguien que compartió la mesa con ellos, que comió de su mismo pan. Se encontraron con Cristo Resucitado, fueron afectados por él, les fue prestada su mirada; una mirada que permite ver la vida y sus acontecimientos con la mirada de Dios; aquella mirada que se de­tuvo a contemplar la creación cuando ya estaba terminada y valoró que todo estaba bien. Gracias a todos esos elementos, el relato de los discípulos de Emaús constituye una magnífica catequesis pascual con la que se nos quiere en­señar cómo se da el paso, esto es, la Pascua. Nos enseña cómo se pasa de una actitud de desconcierto ante la vida a una actitud proactiva: siendo alentados por la Palabra y alimentados por el Pan.

Palabra y Pan son dos realidades que no pueden faltar en el seguidor de Jesús. Son los alimentos que nos ponen en camino, que nos iluminan y alientan para dar testimonio de que Cristo ha resucitado.

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