De la autobiografía de Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, leemos: “Comprendí que la Iglesia tiene corazón y que este corazón arde de amor ardiente. Comprendí que sólo el amor mueve a los miembros de la Iglesia y que si expirase, los apóstoles ya no predicarían el Evangelio, los mártires no derramarían su sangre. Vi y comprendí que el amor incluye todas las vocaciones, que el amor lo es todo, incluye todo y todos, los tiempos y lugares; en una palabra, el amor es eterno”.

El amor de Dios Padre, que hizo que todo existiera, también se refleja en la actitud de cada ángel divino. Su preocupación es algo así como una devoción maternal, una voluntad de compartir el destino de aquellos a quienes cuidan por la voluntad de Dios. Dado que existe un cierto parentesco entre los ángeles y los humanos, está en juego cierto grado de destino común. La Sagrada Escritura dice que el ángel y el hombre son “siervos unidos” (Ap 22, 9), compañeros en el mismo camino, ciudadanos potenciales del cielo. Existe una profunda afinidad y solidaridad entre ellos.

El ángel y el hombre tienen las mismas raíces, el mismo origen, el mismo plan y la misma vocación, es decir, conocer y amar a Dios. Esta gran y más importante vocación incluye otros planes más pequeños. El hombre no siempre es consciente de ellos, lo ignora muy a menudo. No sabe cómo y qué debe hacer, cuál es el camino de su vida, qué espera el Creador de él. Es ayudado por un ángel enviado por Dios, el ángel de la guarda, que ayuda al hombre a descubrir y realizar las tareas que le asigna el Creador. El ángel los conoce porque experimenta claramente lo que una persona experimenta en la oscuridad.

El teólogo ortodoxo ruso Sergei Bulgakov, fallecido en 1944, autor de un bello texto sobre ángeles, titulado: La escalera de Jacob, habla en este contexto de la “sinantropía” de los ángeles, es decir, de su fidelidad incondicional a la persona que acompañan. El ángel es el fiel amigo celestial del hombre. Conectado con él de forma permanente, de principio a fin. Lo acompaña siempre, desde el momento de su concepción y camina con él por la vida, hasta el momento de su muerte, lo defiende en el Juicio Final y lo conduce “al seno de Abraham” (Lc 16,22). Esto significa que no pasa de persona a persona, sino que se administra única y exclusivamente para una persona.

San Agustín se preguntó si, el día del Juicio, un hombre no escucharía la historia de su vida contada por su ángel de la guarda. A su vez, Francisco Suárez (1548-1617), jesuita, uno de los teólogos católicos más influyentes de su tiempo, creía que un ángel visitaba al hombre para consolarlo cuando estaba pasando por los sufrimientos del purgatorio. Al mismo tiempo, el ángel anima a los vivos a orar por aquellos que se someten a una purificación póstuma.

El ángel se aferra al hombre que custodia, como un anillo en su dedo, pero también el hombre es inseparable de su ángel, como lo es el eco de su fuente de sonido, a la que acompaña. Al ayudar, el ángel no esclaviza a quien cuida. El hombre siempre permanece libre en sus acciones. Por lo tanto, también es responsable de lo que hace. Cuando un hombre hace las cosas a su manera y no obedece las suaves sugerencias de su ángel, este último no se ofende de ninguna manera; pues le ama tanto que no guarda rencor. No es raro que el amor de un ángel por el hombre sea duro y exigente, porque pone el listón muy alto, pero cuando un hombre no lo alcanza, al renunciar a lo que sugiere su ángel, no lo pierde. Él ángel permanece con él, le es fiel, porque está libre de los sentimientos del hombre.

Andrei Plesu (autor de un libro sobre los ángeles) escribe que “un ángel no es un guardián como un ordinario común, sino como un maestro espiritual, como un confesor. No ocupa tu lugar, sino que se coloca en una posición autónoma, te enriquece, te protege de la ignorancia y del propio yo, de la inmadurez persistente o de la esclerosis prematura. El ángel es, por excelencia, una instancia que te mantiene vivo, defendiéndote de todas las enfermedades espirituales y corporales”.

P. Jan Jimmy Drabczak CSMA

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