Reggaetón, rap y trap: ¡Cuidado!

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He compartido con exponentes de la “mú­sica urbana”. A gran­des rasgos, noto entre ellos buena fe y deseos sinceros de hacer su trabajo con la mayor calidad posible. Varias de sus interpretaciones son interesantes por su ritmo y contenido.

La “música urbana” tiene tres protagonis­tas: reggaetón, rap y trap. En términos ge­nerales, se afirma que el reggaetón es superficial, tiene letras repe­titivas y vacías; mientras que el rap es más profundo, con conte­nido social, para un público más conscien­te; y del trap, aunque se deriva del rap, se dice lo peor, que le canta al sexo con vulgaridad, a las drogas y  la violencia, provocando en sus seguidores desenfrenos de todo tipo.

Por desgracia, el trap es lo que hoy atrae a la juventud dominicana, no importa su condición económica. Créanlo, ni idea tienen sobre nuestros artistas clásicos, como la Or­questa Santa Cecilia, Johnny Ventura, Wil­frido Vargas, Eduardo Brito, Maridalia Her­nández, Lope Balaguer o Sonia Silvestre. Para ellos esos nombres no existen. Eso sí, de se­guro se saben de me­moria mil canciones de los “traperos” y ni una de los ilustres mencio­nados. Hagan la prueba.

Aunque tengamos hijos buenos y educados, este tema debe in­quietarnos, en especial a los que tenemos niños y adolescentes, tanto porque una canción puede incidir en la conducta de quien no ha madurado y porque esta generación parece no saber quiénes son nuestros símbolos tra­dicionales de la música. Quizás tampoco les atraiga conocer sobre nuestra historia. Pre­gúntenles por María Trinidad Sánchez, Gre­gorio Luperón, Miner­va Mirabal, Francisco Alberto Caamaño o Aniana Vargas. Apues­to a que dominan la vida completa de los “traperos” y nada de la trayectoria de los citados. Hagan la prueba.

¿Qué podemos ha­cer para evitar que esta “enfermedad musical” siga propagándose en­tre los que representan el porvenir de la pa­tria? Antes de contestar, aclaro que valoro y apoyo la diversidad creativa, aunque algo no me agrade.

Si bien es cierto que el arte se desarrolla en libertad, esa libertad, de algún modo, tiene su límite en la medida que degrada la digni­dad humana o estimula el mal comportamiento e incluso la ilegalidad. Eso es libertinaje.

Respetando el sa­grado principio de la libertad de expresión, el Estado debe involucrarse buscando opcio­nes para que estas ma­nifestaciones musica­les tengan mayor control cuando promuevan los antivalores.

Mientras tanto, los padres debemos actuar, porque el futuro de nuestra prole puede estar en juego.

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