POR LA HERMANA MUERTE

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Así llama San Francisco de Asís a esta compañera de todos, que desde que nacemos camina con nosotros y no sabemos en qué momento nos abrazará y de ella no podremos zafarnos nunca más. Ella es una de las condiciones de la vida, somos mortales no estamos por siempre y para siempre en este mundo. Un día moriremos, pero nuestra fe nos conforta y nos da esperanza, de que tras la muerte llegaremos al lugar de la luz, del consuelo y de la paz, al lugar donde Dios espera por nosotros, pues de él venimos y hacia él vamos. Sabemos que moriremos, pero nunca lo entendemos, aunque es lógico la muerte del ser humano, pues la materia de la que hemos sido forjados se va desgastando, el paso del tiempo le va  pasando su factura, como la sabiduría popular dice, pero siempre es chocante la muerte, nuestra muerte y la de los otros.

En los últimos tiempos la violencia en nuestro país, nos ha hecho espectadores de muchas situaciones de muertes entre nosotros. En esta semana la del Ministro Lic. Orlando Jorge Mera, y la de otros en diversas circunstancias. Son muertes que laceran la vida nacional, pues son muertes a destiempo, quiérase o no en todos prevalece el deseo de esa muerte ideal en cama, cargados de años, junto a nuestros seres queridos y en paz con todos y con Dios. Pero lamentablemente en estos últimos días hemos visto lo contrario, vidas que pudiesen haber dado más u otras reivindicarse, y así completar el ciclo de la vida como debe ser y como Dios permita.

Dios es el Dios de la vida, no de la muerte. Nuestra profesa fe que ella fue vencida en la persona de Cristo por su resurrección, y que la misma entró en el mundo por el pecado. El eminente teólogo del siglo XX Karl Rahner, reflexionando sobre la muerte, decía que por nuestra condición material estábamos destinados a la consumación material de la muerte, pero fue el hecho del pecado el que la hizo más dolorosa y le dio ese carácter sufriente. Ante estas muertes prematuras de estos días, el dolor no solo está en el desaparecer de este mundo, sino en que son fruto del mal que anida en el corazón del hombre. Cuando el deseo primigenio de Dios era que solo anidase el bien en una comunión estrecha con él; Rahner añade, que moriríamos, pero esa comunión tan estrecha con Dios, le quitaría lo doloroso y de sufrimiento que ella ahora conlleva.

Pero en sí la dimensión antropológica actual del ser humano lleva el sello de un final llamado muerte, un corte en cualquier momento de lo que somos y aspiramos. Hay diversos enfoques como sabemos de lo que puede pasar tras la muerte, la fe cristiana como señalamos, profesa que descansamos en Dios, y eso predicamos a diario y hacemos presentes en los rituales funerarios de hoy, pero aun así se siente su peso, su determinación de acabar con nuestra existencia. 

Se reafirma lo del filósofo Heidegger de que somos seres para la muerte, esa es nuestra posibilidad más real. Por eso lo de San Francisco, es una hermana que va con nosotros, nos acompaña en nuestro caminar y de ahí la necesidad de reconciliación con ella, y reafirmación en lo que creemos tras su llegada, no siendo temerosos ante la hermana muerte, sino conscientes de nuestro final, para así darle más carácter, provecho y entusiasmo a esta vida prestada que llevamos y que culmina con nuestra hermana y compañera de siempre, llamada muerte.

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