Soy Ricardo Sepúlveda Alancastro, hijo de padres puertorriqueños e hijo adoptado de Quisqueya, a la que siento madre buena, cariñosa, sabia y sobre todo, profundamente humana. Viví allí los mejores años de mi juventud, ilusionado entre la gente sencilla, intentando ofrecer mi vida como sacerdote misionero de los Sagrados Corazones. 

El pasado 23 de mayo me escribieron antiguos compañeros y compañeras religiosos que el Padre Arturo Sánchez había muerto. Le fallaron los pulmones. Murió en la pobreza, de lo que le confieso que él nunca se quejó. Reía siempre, bendecía siempre, escuchaba siempre, era empático siempre. Mucha gente de la suya le dio la espalda. Así que además de pobreza, sufrió soledad, abandono, desprecio, indiferencia. No así entre los anawin, los pobres de Yahveh, que no solo saben perdonar, sino que saben ver más allá de los fallos humanos. Nunca perdió la fe, La Virgen María y el Sagrado Corazón estaban siempre en su boca y no dudo que en su corazón.