Otros recuerdos de las aulas

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Una vez readmitido al Seminario, me fue muy útil la ayuda de los sacerdotes Fernando De Arango y Ro­que De Escobar quienes, como Padres espirituales, me dieron orientaciones y consejos que recuerdo hasta el presente.

Al reingresar, no coincidí con el ciclo académico que me correspondía, por lo que tuve que llevar por tutoría varias asignaturas; aunque conté con la comprensión del Rector, el querido Padre José Somoza sj, y de los profesores, era tedioso pasarse la mañana estudiando solo (sobre todo cuando estaba nublado…), mientras los compañeros estaban en clases. Supongo que esto mismo afectó la calidad de mi formación académica de ese tiempo.

 

Otros recuerdos de las aulas

 

Profesores del Seminario San Pío X recuerdo, aparte de los ya mencionados, al padre Moya con su clase de Física; a Víctor Rondón, con teoría musical; a Puro Blan­co, algo de composición ­literaria; Pedro Eduardo, Literatura; Pedro Henríquez, Geometría; Zenón Díaz, Preceptiva literaria; a César Múllix no le simpatizaba para nada su clase; cuando Zenón se inspiraba, Múllix casi sacaba la cara por la persiana. A Tomás Bello lo recuerdo también con algo de Composición literaria; era notable el esfuerzo que hacía por ocultar su mano izquierda, insuficientemente formada. Yo no lo supe has­ta que me hizo caer en cuenta Basilio Camilo. El “hermano” como le decíamos, pues él lo decía a todos, siempre llevaba un libro contra un lado de su vientre, en la mano izquierda, o la tenía en un bolsillo, especialmente de un ligero abrigo que usaba.

Fue director del coro, y en los ensayos –para indicar las notas– to­caba el piano solo con la mano derecha. “Cantadme barcarolas, marineros cantad, cuando bajen las estrellas a mecerse en el mar”; a veces me llega la melodía de esta canción que nos enseñó.

También aprendimos de él, “Oh Señor, envía tu Espíritu: que renueve la faz de la tierra”. Lo que no pudo pegar fue un santo que me parecía raro; solo recuerdo que iba machaconamente de do a sol (sa-anto, sa-anto, sa-anto…), mientras él, tra­tando de que lo aprendié­ramos, hacía con el cuerpo un gesto algo desgarbado.

Ya he dicho que Nicanor Peña nos dio Gramática; Teódulo Olivo, Matemáticas de octavo; el P. Francisco Almonte, Francés; de los profesores de Latín solo recuerdo a Apolinar Ben­cosme; Clemente Melo y Francisco Marcano nos die­ron Matemáticas. Y por aho­ra no recuerdo mucho más.

Son inolvidables aque­llas butacas de hierro, pintadas de amarillo vivo, con una especie de canalete en la meseta, para poner el lapi­cero; estaban de moda los de tres o cuatro colores, y no sé a quién le dio por clicar cada uno de ellos con el lapicero en el canalete, produciendo un ruido notable. Por supuesto que se ganó su “boche” del profesor. Oí que un día encontraron a Chi­ligue estudiando inglés rítmicamente; solo, en el aula, sentado en una de estas bu­tacas, pronunciaba una pala­bra mientras golpeaba el metal: escopeta gun, escopeta gun. To take, to make, to do… Pronunciado según se escribía, pues el examen era escrito… La broma por este sistema mnemotécnico duró algún tiempo.

Ya me quedan pocos re­cuerdos de clases, de aque­llos cinco años de Seminario Menor. Lo que sí recuerdo es que mis calificaciones fueron de menos a más. Fue muy importante mejorar el método de estudios, y disciplinarse para no perder el tiempo. Ya se ha dicho que estudiábamos en salones comunes, y cuando uno me­nos esperaba, estaba el Pre­fecto detrás de uno, observando, a ver si en verdad estábamos estudiando. Al Padre Moya, que era el Pre­fecto, le favorecía el hecho de que, de tan delgado, disi­mulaba su presencia fácilmente.

Oí que, ya en el Filoso­fado de Santiago, en uno de sus salones de estudio, se durmió un pariente mío mientras estudiaba. Alguien lo tocó y le dijo: “Fulano, despierta.” Mi pariente se incomodó, y respondió al instante: “Ya aquí no dejan ni meditar a uno”. Pero el chorrito de baba no dejaba dudas…

Ya en el Seminario Santo Tomás de Aquino, recuerdo con particular afecto a los profesores de primero de Filosofía; he mencionado al Padre Uranga, a Miguel Sáez… El P. Melchor nos daba Oratoria. Que yo re­cuerde, de todos esos, solo nos acompañarían en los demás cursos de Filosofía, los queridos padres Carlos Benavides y Mateo Andrés. Estos dos llevarían la carga de las principales asigna­turas.

En la Filosofía, mis notas dejan qué desear. Probable­mente debí esforzarme más, aunque ya he dicho que en la Teología me sentía más en mis aguas, y las calificacio­nes lo reflejan. Aunque es también probable que la efervescencia social, y algún compromiso fuera del Semi­nario, le restaran a la solidez de esos estudios. Otra cosa es lo ya dicho respecto a mi reingreso, fuera de ciclo, después del segundo año de teología, teniendo que llevar por tutoría varias asigna­turas.

 

 

En Teología aprecié mucho a los Padres José Saco, Jesús Veiga, José Perez, Jesús Santiso, Secundino Marcilla y los ya mencionados. Valoré mucho un curso de Sagradas Escrituras que nos dio el Padre Enrique Sanpedro. Con el Padre Arnáiz no me tocó ninguna clase, pero he dicho que sus citas en griego, en las homilías, aunque parecieran “greguerías”, me fueron muy útiles en la Gregoriana de Roma, en mis estudios de Teología Bíblica.

 

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