Mejor que el mejor de los padres

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   Mucha gente no ora, porque piensa que nadie le hará caso.

   Más de una vez, al despertarse, temprano en la mañanita, los discípulos salían a buscar a Jesús, y luego lo encontraban orando en un lugar retirado.

  Jesús quería que sus discípulos aprendieran a orar. Para Jesús, quien vive, respira; quien cree, ora, pues el Padre nos escucha siempre.

    En el Evangelio de hoy (Lucas 11, 1- 13) los discípulos le piden “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”.  Jesús les responde: “Cuando oren digan: –¡Padre!”.

Muchos hemos tenido la dicha de conocer la lealtad y la ternura de un padre.

   Cuando Jesús llama a Dios “padre” no pretende definir a Dios como varón. Echa mano del término “padre” para iniciar la oración. Así deja claro, que lo importante de la oración no es qué clase de persona tú eres, lo importante y fundamental de la oración es que Dios  te quiere como un padre quiere a sus hijos.  Un padre ama a sus hijos, antes de que nazcan; los espera, se entrega a ellos día tras día: quiere lo mejor para ellos, renuncia a todo con tal que sus hijos sean felices: los perdona, los espera, los acompaña y se duele de sus fracasos. Presentando a Dios como “padre” Jesús nos brinda el motivo fundamental para orar.

   Pero luego completa magistralmente su razonamiento.  No se queden en la paternidad humana, pues muchos padres son majaderos, ¡pero aún ésos son tiernos con sus hijos!

 “Si ustedes, pues que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más su padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”     

   ¿Va a orar? No se asuste de quién es usted, eso es lo menos importante, alégrese de quién es Dios.

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