MI-KA-EL, DEL HEBREO: ¿QUIÉN COMO DIOS?

P. Jimmy Jan Drabczak, CSMAdrabczak@yahoo.com

Este tema puede provocar confusión, pues si hablamos de ángeles, Lu­cifer pecó por celo, por querer ser como Dios y no aceptar la creación hu­ma­na. También la Biblia usa el concepto de celos tanto en términos positivos co­mo negativos, atribuyendo los celos incluso a Dios mismo. Yahvé es un Dios celoso y ama a su pueblo: Yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso (Ex 20, 5). No obstante, el celo de Dios, que penetra y conoce los corazones humanos, es un atributo de su amor.

Por otro lado, los celos matan el amor y la alegría (CIC 2539). Constituyen una debilidad tan grave y una actitud tan formidable que se cuentan entre los pecados capitales. San Agustín reconoce los celos como “un pecado diabólico” y San Gregorio Magno recuerda que “de los celos nacen el odio, la calumnia, la alegría por la desgracia del prójimo y el sufrimiento de su éxito”. Quien sucumbe a los celos puede cometer hasta el peor de los males.

Por celos, los hermanos de José están dispuestos a matarlo y venderlo como esclavo (Gn 37,11). Son los celos los que ciegan a Saúl, quien comienza a odiar a David (1 Sam 18, 9), entre otros ejemplos bíblicos. Y es que los celos conducen a los males más crueles, ellos privan a una persona de la capacidad de pensar correctamente, os­cu­recen su mente, distorsionan la visión de las personas y del mundo, le quitan la serenidad, conducen a grandes tensiones emocionales, así como a la en­vidia y la violencia, provocan problemas de salud mental y física.

Los celos suelen ser una consecuencia de los pri­meros tres pecados capitales, ya que están directamente relacionados con el orgullo, la codicia y la impureza. El orgulloso in­tenta convencerse a sí mismo de que es alguien infalible y perfecto, pero en realidad experimenta muchos complejos y envi­dia morbosamente a los que son más maduros y felices que él. La codicia provoca la envidia no solo del dinero y los bienes materiales, sino también los bienes espirituales que su corazón anhela y de los cuales carece. Asimismo, los celos están asociados con la impureza, porque una persona repugnante no puede amar y, por lo tanto, trata de usar a las personas para satisfacer sus impulsos y necesidades.

De igual forma, los ce­los pueden ser provocados por la actitud incorrecta de la otra persona. Los mismos, no deben confundirse con el deseo de imitar la actitud noble de otra persona, ni con el deseo de tener el bien o lograr lo que otras personas ya han logrado. Tales sentimientos pueden ayudar o provocar en uno mismo el deseo de ser más noble y efectivo. Es con este espíritu que San Pablo escribe: “Tengo celo con el celo de Dios” (2 Cor 11, 2).

La mejor medicina para los celos es el amor go­zoso, que es la esencia de la santidad y el apoyo de los seres que no son ce­losos de manera negativa, llamados ángeles. Los án­geles no son seres tristes, cansados y quemados. ¡Na­da de eso! Porque el Reino de Dios es un reino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, por eso nuestro ángel de la guarda es también un ángel de gozo, optimismo, esperanza, confianza. Sería difícil para nosotros trabajar con un asistente triste. El Crea­dor lo sabe muy bien por­que es un Dios lleno de gozo y amor.

Las criaturas que nos envía a ayudar, nuestros ángeles, ellos cantan y bai­lan, alegres de que pueden servirnos y de que nos vaya bien. No están decaídos, no se quejan y no gi­men, sino que son ángeles alegres. Esta actitud optimista de los ángeles es hoy para nosotros un estímulo para ser angelicales, ser como ángeles.

Pidamos a nuestro ángel custodio que nos ayude a ser como ellos.

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