La zapata

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Iba caminando por la acera cuando me detuve en seco al ver algo asombroso, que nunca había visto: en el mismo borde de la acera había una excavación tan grande, que, según calculé tendría unos diez pisos de profundidad.   Era como si hubieran hundido, todo parejo, un enorme solar justo en medio de aquella gran urbe.

Me supuse que serían parqueos subterráneos, pero me pareció que eran demasiados, así que pregunté.

“Tiene usted la razón” – me respondieron “Los parqueos sólo serán tres pisos. Lo que sucede es que aquí en Sao Paulo (Brasil) la tierra no tiene mucha consistencia, por lo que, para fabricar un edificio alto, hay que hacerle una zapata (cimientos) de tanta profundidad como será de alto el edificio…”

Me recordé de lo dicho por San Agustín, “Toda la vida de Cristo en la tierra fue maestro, especialmente de la humildad.  Esta, quiso particularmente que aprendiéramos de Él”

Es que la humildad es, precisamente, la zapata, el cimiento sobre el cual se puede construir el edificio de todos los valores humanos.

El Señor quiso ser oriundo de una aldea desconocida, de donde “no podía salir cosa buena” (Natanael), tuvo que huir a Egipto como un delincuente, lo circuncidaron como a cualquier judío, estuvo sujeto a sus padres hasta los 30 años, fue despreciado, abandonado, traicionado, lo escupieron en la cara unos soldados romanos y murió desnudo en una cruz, que era la muerte más ignominiosa que había inventado en su época.

¿Conoce usted la historia de alguna persona más humillada que ésta?

¡Ésta es la gran zapata!  La humildad es el cimiento y fundamento de todas las virtudes. Es lo que afirman San Cipriano, San Jerónimo, San Bernardo y todos los santos.

Fue también la “virtud estrella” de La Virgen.  Ella misma lo afirma asombrada y regocijada proclamando que “Dios se fijó en su humilde esclava” (Lucas 1, 48)

Estuve observando al Papa Francisco cuando habló en la ONU frente a representantes de todas las naciones del mundo. Veintidós veces su discurso fue interrumpido por aplausos, y cuando finalizó, todos se pusieron de pie y estuvieron más de cinco minutos aplaudiendo, hasta que él, que estaba parado con la cabeza baja frente a su silla, fue inducido por alguien para que se sentara.

Para mí, no estaban aplaudiendo tanto lo que había dicho, cuanto la humildad con que lo había hecho.

Es que, por más indiferente que se sea, ésta virtud se percibe, y provoca admiración y aprobación.

El parece tener la sabiduría que viene de Dios, que dice: “Cuánto más importante seas, más humilde debes ser, y alcanzaras el favor de Dios”. (Eclo. 3,20).

Francisco demostró la misma humildad cuando habló a los sacerdotes, a los niños, a las familias, a los presos y a los presidentes de Cuba y EEUU.

Para mí, es evidente que él ha recibido esta virtud desde que era Arzobispo en Buenos Aires, cuando no quiso vivir en el lugar que le correspondía, sino en una humilde vivienda cercana, desde donde iba a pie todos los días.

 

 

LA PREGUNTA DE HOY

 

¿HUMILDAD ES LO MISMO QUE POBREZA?

 

No, no es lo mismo. Puede haber personas pobres orgullosas y soberbias, y puede haber ricos humildes.

A los pobres les resulta más fácil, es verdad. Pero conozco personas acomo­dadas que son un modelo de humildad. Lo que sucede es que pocos lo saben porque, precisamente, ellos no hacen alarde de serlo.

 

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