LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA

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DE CARLOS DE FOUCAULD

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P. Juan Dolores Mirabal

Para poder apreciar la importancia de la oración eucarística en la vida de Carlos de Foucauld tenemos que partir desde su comienzo de conversión del año 1886 en San Agustín de París hasta 1916 en Tamanrasset. Un recorrido de treinta años que marca la evolución ascendente de su conversión. Este acontecimiento  se considera como el encuentro personal que transforma la vida y afecta todo el ser del hermano Carlos, un encuentro con alguien que está presente en nuestro mundo y que vive entre nosotros,  Jesús. Ese Dios que se hace presente al hacerse hombre en Jesucristo. El se entrega a los hombres ahora en el sacramento eucarístico, es el Dios que está aquí, se puede estar con Él, permanecer en El.  Para el hermano Carlos, la Eucaristía es en primer lugar el sacramento de la presencia de Dios.

Su gran tesoro es el Sagrario, la adoración eucarística a la que dedica muchas horas. En una carta a la señora Bondy le dice: “Estoy en la misma paz, paz que se acentúa, que se encuentra  por la gracia de Dios delante del Sagrario”. “Vos estáis ahí, mi Señor Jesús, en la Sagrada Eucaristía… a un metro de mí, en el Sagrario”.  Para el hermano Carlos la realidad está en el Sagrario. En las calles de Nazaret encontró la respuesta a la pregunta que tanto le inquietaba: ¿Qué tengo que hacer? Y la respuesta que inundó su corazón fue: “Tendrá que vivir como Jesús de Nazaret”.

Eligió vivir sumamente pobre para amar con un amor más grande y hacer el mayor sacrificio que pudiera realizar, su culto más sagrado que era darse por completo a la adoración eucarística, y se decía: “En la medida  de lo posible me mantengo a los pies del Santísimo Sacramento, Jesús está ahí y me veo como si estuviera junto a sus padres, como María Magdalena sentada a sus pies en Betania”. La Eucaristía para el hermano Carlos de Foucauld es ante todo el sacramento de la presencia de Jesús, presencia infinitamente real, viva, activa, pero una presencia oculta, silenciosa que penetra el alma de Carlos y que le hace vibrar su corazón; por tanto, no es sólo un culto, se vuelve para él un estilo de vida aprendido y vivido cerca de Jesús que se hizo Eucaristía; el hermano Carlos se convierte en una vida entregada a Dios y a los hombres, a semejanza de Jesús.

Para él vivir la Eucaristía en el Santísimo Sacramento requiere un compromiso con los demás, con los pobres, los marginados. Cuando le escribe  una carta al P. Caron, el 8 de abril del año 1905 le dice: “Este banquete divino del que me convertí en ministro, era necesario presentarlo no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los cojos, a los ciegos, a los pobres; a las almas más abandonadas a las que les hacen falta más sacerdotes”. Y es en la adoración eucarística donde entiende que puede y debe ser don de sí mismo para cuantos lo rodean. No hubo ninguna palabra del Evangelio que lo impresionara tanto y que haya transformado tanto su vida como ésta: “Todo lo que hacen a uno de estos pequeños, a mí me lo hacen”.

Para el hermano Carlos la Eucaristía es el Sacramento del sacrificio de Cristo, de la ofrenda que Jesús hace de Sí mismo en la Cruz: “Aquí está mi cuerpo entregado, aquí está mi sangre derramada, hagan esto en memoria mía”. Vivir la Eucaristía es entrar en la misma dinámica de entrega que vivió  Jesús y que imitó el hermano universal Carlos de Foucauld. 

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