La juventud y su verdadera riqueza

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Hace días escuchaba a un grupo de jóvenes conversar sobre su futuro. Ninguno tenía fortuna, pero se expresaban como si estuvieran al borde de ser millonarios. Todo giraba en torno a conseguir cosas, se desvivían por lo material, no se habló de valores, de estudio, de trabajo, se solidaridad, de amor por la patria… Y parece que nadie le importaba eso.

Confieso que me sentí mal. Y, perdonen la comparación, recordé cómo nos formaron. Fue en un ambiente de limitaciones, con el objetivo de ser ciudadanos útiles a la sociedad; resaltábamos el cono­cimiento como herramienta indispensable para crecer; nos preparábamos para hacer realidad nuestros sueños poco a poco; la lectura era nuestro pan de cada día; y en todo momento estábamos dispuestos a servirle al prójimo, en especial, al más necesitado.

Veo un mal de fondo en parte de nuestra nueva generación: quieren conseguir todo con facilidad, sin hacer el mínimo esfuerzo, anhelan tener en un santiamén un nivel de vida que cuesta años de trabajo y sacrificio alcanzar. Es posible que los ejemplos que sigan no sean los adecuados.

Y eso tienen como consecuencia que no se actúe correctamente, que la tentación de violar la ley esté latente, pues nadie se hace rico de la noche a la ma­ñana en buena lid, salvo que reciba un regalo, una herencia o se “saque” la lotería.

El que tengamos metas es positivo, pero las mismas deben ser logradas mediante un proceso de madurez y aprendizaje, apegado a las normas y a las buenas costumbres; en caso contrario, todo será fugaz y se estará más preocupado en mantener lo conseguido que en disfrutarlo.

Naturalmente, hay muchos jóvenes preparados, íntegros, seguros de sí mismos, que saben el buen camino que deben recorrer para conquistar sus pro­pósitos. En mi oficina de abogados depositan con frecuencia currículums de abogados y abogadas recién graduados, con una hoja académica excepcional y una conducta extraordinaria.

El que obra inspirado por el dinero, no tiene amor por lo que hace, vende su alma, comete erro­res, duerme alterado y su conciencia está marchita; en cambio, el que trabaja motivado por serias y nobles convicciones, sigue adelante y su ánimo está sosegado, pues se guía por los principios éticos y morales.

Y lo más importante: vive en paz, lo que es la verdadera riqueza, esa paz que solo se logra cuando se cumple el deber y se actúa con responsabilidad

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