Así dice el Señor: “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.” (Jeremías 17, 5-8)

Un texto hermoso, de corte sapiencial. Su parecido con el salmo 1 es evidente. Hace la contraposición entre la dicha del hombre que confía en Dios y la desgracia de quien confía en su propia carne, esto es, en sus limitadas posibilidades. El primero es calificado como “bendito”; el segundo es considerado “maldito”. Poner la confianza en Dios es una bendición; ponerla en lo humano es una maldición.

Sin duda que en esa contraposición entre el hombre “maldito”, que ha decido confiar en la fuerza humana, y el hombre “bendito”, que ha puesto su confianza en Dios, estamos ante un retrato del propio profeta Jeremías, de quien está tomado el texto. A Jeremías le tocó decidir entre dejarse seducir por la voz de Dios o verse arrastrado por el parecer de los hombres de su tiempo. ¿A quién hacer caso, a la voz de las autoridades y “falsos profetas” judíos o a lo mandado por Dios, así esto último se contradiga con lo que desean hacer dichas autoridades?

Jeremías tuvo que sufrir el rechazo de su pueblo porque nunca dejó de confiar en la voz de Dios, mientras que sí puso en duda muchas de las decisiones que se tomaron con respecto a la política internacional ejercida por el imperio babilonio sobre Judá. Su reflexión y confrontación con la historia y los conflictos de los que fue testigo lo llevaron a sacar la conclusión de que siempre es mejor poner la confianza en Dios y no en las posibilidades meramente humanas. Esta actitud despertó en el profeta la profunda convicción de su total dependencia de Dios. Lo expresará más adelante, en ese mismo capítulo de donde se ha tomado la primera lectura de este día, versículo 14: “Cúrame y seré curado; sálvame y seré salvado…”. Para él la mejor decisión siempre será la que coincida con la voluntad de Dios.

En un momento de su misión profética, a Jeremías le tocó echar en cara a los responsables civiles y religiosos del pueblo sus falsas seguridades. La emprende sobre todo contra los sacerdotes y profetas que anuncian paz y bienestar en tiempos de amenaza y angustia. Los llama falsos profetas que engañan al pueblo con esperanzas fantasiosas. No son más que vendedores de ilusiones y soluciones fáciles. Jeremías insistirá en que la única manera de que las cosas mejoren será si se lleva a cabo una transformación simultanea de corazones y estructuras. Una transformación que solo se logrará si vuelven su mirada a Dios.

Jeremías es ante todo el profeta del corazón. Es un analista de la interioridad humana. Intuyó como ningún otro que la fuerza del mal habita en el corazón mismo de las personas. Para él no basta con mirar el mal que se manifiesta en las estructuras sociales, también hay que detenerse a analizar su presencia en el interior del hombre. Nota como la capacidad de maldad forma parte de la esencia misma del ser humano. De forma escandalosa llega a afirmar: “Nada más falso y enfermo que el corazón del hombre: ¿quién lo entenderá?”. Y dice del pueblo que “es duro y rebelde de corazón”. Es un pueblo que no tiene remedio porque es su corazón el que funciona mal. Otra manera de decir que actúan movidos por sus propias búsquedas y no de acuerdo a la voluntad de Dios.

Queda aquí colgada una interrogante: ¿qué es el ser humano y cuánto cabe esperar de él? Todo dependerá de qué tanto deposita su confianza en Dios o si vive confiado en sus propias posibilidades. En palabras del propio Jeremías, Dios quiere ser para el ser humano “manantial de agua viva”. Por eso le insta constantemente a que vuelva a Él. Es ese otro gran tema de este profeta, que no pierde la esperanza de que el hombre se vuelva a Dios.

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