Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento. (Sabiduría 12,13.16-19)

Un texto que parece más bien una oración. Descubrimos al autor sagrado dialogando con el Tú de Dios. Nos transmite cómo se siente maravillado por la grandeza y poder únicos de Dios, así como por la manera que Éste procede con todos los seres humanos, justos y pecadores. “En el pecado das lugar al arrepentimiento”, reza.

Está dirigida al Dios único, Yahvé: “Fuera de ti, no hay otro dios…”. Su soberanía lo sitúa por encima de todo. No tiene que rendirle cuentas a nadie. La justicia con que gobierna todo es el signo de su poder. Esta se verifica en que “juzga con moderación” y “gobierna con gran indulgencia”. Lo hace porque él “puede hacer cuanto quiere”. Y porque es su deseo mantener viva la esperanza de sus hijos incluso estando estos sumergidos en el pecado. Una oración, por consiguiente, que nos transmite una síntesis de la imagen de Dios que aparece a lo largo del Antiguo Testamento.  Pero también resalta la moral que emana de esa religión del Dios único: “enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”.

El contexto del libro de la Sabiduría nos revela el porqué de los sentimientos que encierra esta oración. El autor vive tiempos convulsos y violentos. Tiempos de persecución y de martirio a causa de la imposición de la cultura helénica. Muchos judíos se han opuesto a ese proceso de helenización. Los más conocidos para nosotros son los integrantes de la familia de los Macabeos, a los que la Biblia dedica dos libros. Una pregunta cuelga en el ambiente: ¿Dios hará justicia a los que han perdido la vida defendiendo y manteniéndose fieles a su tradición israelita? ¿Su poder divino podrá vencer a los poderosos de la tierra? Ante esto, nuestra oración dice: “Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total…”.

La “dulce esperanza” de la que nos habla nuestro texto tiene su fundamento en el capítulo 3 de este mismo libro en el que se nos dice que los justos no quedarán olvidados porque “su vida está en las manos de Dios” (Sab 3, 1-12). Dios les hace justicia, resucitándolos, si es el caso, después de haber dado la vida por una causa justa. La muerte del justo no es la caída en la nada, sino “lo otro” prometido por Dios. Es cierto que no han sido dispensados del sufrimiento en esta vida ni de la suerte que es común a todos, pero pueden mantener la esperanza de que al final, lo que le espera no es la nada absoluta. Dios no falla a la esperanza del justo, así sea en el más allá este encontrará una respuesta positiva a su estilo de vida. El Dios de la vida no puede confabularse con la muerte. ¿No es más sabio, por consiguiente, permanecer fieles al Dios de los antepasados? Para el autor del libro de la Sabiduría, rodeado por los cultos egipcios a sus dioses (recordemos que este libro posiblemente fue escrito en Alejandría), no es lo mismo una imagen de Dios que otra, una experiencia religiosa que otra, esta o aquella forma de culto. Su confesión de fe así lo muestra: “Fuera de ti, no hay otro dios…”.

Esa “dulce esperanza” impide que caigamos en la mentalidad del “comamos y bebamos que mañana moriremos”, y nos pone a pensar en un más allá que trasciende todo inmediatismo. También nos aleja del desencanto y la apatía ante las frustraciones existenciales. La “dulce esperanza” nos ayuda a vivir la vida con sentido y a dar fundamento al esfuerzo ético con que el justo desea hacer las cosas. De esta manera la fe confiada en Dios dota de fundamento la ética y la esperanza de los hombres. Dice el orante: “Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”. La justicia del justo se verifica, por consiguiente, en la calidad humana con la que vive.