Francisco: algunas reflexiones sobre la ministerialidad de la Iglesia

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Mons. Jesús Castro Marte

Obispo de N. S. de La Altagracia

El Concilio Vaticano II nos regaló una cosmovisión refrescante y cautivadora del firmamento cristiano. Las verdades de la fe, el contenido del discurso cristiano y la realidad eclesial consiguieron una exposición renovada, fuera de la cual no quedó nada de lo correspondiente a la vida y misión de la Iglesia Católica.

Si bien el Concilio Vaticano I dedicó buena parte de sus discusiones al tema del Primado de Pedro y el alcance de sus enseñanzas, el Vaticano II abarcó toda la vida de la Iglesia, sus instancias de incidencia y el ejercicio ministerial, dando directrices para una renovación eclesial que abarca la visión actualizadora de la formación sacerdotal, la vida de los presbíteros, el ministerio de los obispos, la llamada profética y radicalidad evangélica de la vida religiosa y la redefinición de la participación de los laicos desde la asunción del sacerdocio común de los fieles.

La recepción conciliar a través de los ministerios

La recepción del Concilio ‒me atrevo a decir‒ fue particularmente diversa según las regiones del mundo: Europa lo entendió desde la autonomía de las cuestiones terrenas; Estados Unidos enfatizó el cambio social, la solidaridad y el liderazgo laical en esos ambientes; Asia se dejó invadir por el espíritu misionero; África subrayó la libertad religiosa y la valoración cultural; y América Latina se decantó por la renovación litúrgica y la participación de los laicos.

Una mirada atenta nos permite descubrir que la vocación bautismal consiguió una valoración relevante desde la perspectiva de la participación activa de los seglares tanto en la vida de la Iglesia como en la vida civil. Puede decirse que dos componentes importantes de la renovación conciliar, a saber, la participación laical y los nuevos ministerios son, en realidad, caras de una misma moneda, desde lo cual también se pasa a matizaciones importantes del ministerio ordenado.

Francisco y la evolución teológica del magisterio pastoral

El Concilio Vaticano II fue eminentemente doctrinal. Sagrada Escritura, liturgia y teología dogmática en torno a la comprensión de la Iglesia y al misterio de las Personas Divinas sentaron una base doctrinal que ha permitido un desarrollo pastoral importante, sin temor a que la praxis incurra en una acción heterodoxa.

Así las cosas, hemos de convenir en que el Concilio es, a la vez, también eminentemente pastoral y que su calado doctrinal es un impulso para que las discusiones y desarrollos posteriores solo sean una cuestión de índole práctica.

Por eso el magisterio posconciliar de los papas se mueve en el terreno seguro de una doctrina que le permite cierta plasticidad en cuestiones prácticas (liturgia, moral, derecho, pastoral…). La cotidianidad de los observantes del misterio cristiano cuenta con el respaldo de una enseñanza que ilumina su día a día, siempre en sintonía con las grandes interpelaciones temporales que encuentran respuestas en las verdades eternas que el testimonio cristiano proclama como luz y salvación para los hombres y mujeres de ayer y de hoy.

El Papa Francisco, en sintonía con esta enseñanza, puede entenderse como un maestro y pastor que se ocupa de ponernos al corriente de las grandes cuestiones del quehacer eclesial que debe iluminar al mundo de hoy, cumpliendo el mandato del Señor de ser sal y luz de la tierra (Mt 5,13). Y es aquí donde encontramos la clave desde la que ofrece una comprensión renovada de la ministerialidad de la Iglesia.

El servicio de la compasión

Con Evangelii gaudium y Amoris laetitia el Papa Francisco nos puso prontamente al corriente de una ministerialidad que ha de poner en el centro de la acción pastoral de la Iglesia las realidades límites del mundo, como son la migración, la desintegración familiar, la guerra, la pobreza y los desafíos culturales.

Esta cercanía a contextos difíciles es propuesta por el Papa como una llamada que demanda del ministerio cristiano una desinstalación, un abandono de las seguridades y una nueva audacia pastoral que redefinan la ministerialidad en clave de lo que él llama Iglesia en salida, Iglesia samaritana y conversión pastoral. Obviamente, esto supone un importante desplazamiento que hunde sus raíces no en algún tipo de novedad magisterial del Papa, sino en la continuidad con las grandes intuiciones del Concilio, sobre todo de Gaudium et spes, que expresa una actitud activa de la praxis eclesial. 

El servicio del discernimiento

Si bien el ministerio ordenado se inscribe en la función de enseñar como una cualificación o especificidad de su misión, el gran énfasis del Papa Francisco sobre la solidez y la capacidad de interlocución con el mundo actual en la formación inicial de los futuros sacerdotes implica un reenfoque que apela a la conciencia personal e informada de los creyentes como elemento crucial de decisión moral.

Así, el ministerio ordenado está llamado a ser, más que un mentor o tutor de las decisiones morales, un maestro espiritual y carismático. Gracias a su acompañamiento, el creyente encuentra en el camino cristiano un proceso en el que la vida se va dejando iluminar por la verdad del Evangelio para, de ese modo, ir descubriendo las mociones del Espíritu que le hacen adherirse a lo bueno y rechazar lo indigno del nombre de cristiano.

Los sacerdotes son exhortados a ser, más que maestros de principios, verdaderos compañeros de camino cuyas enseñanzas repitan la experiencia de Emaús (Lc 24,13-35), en que el ardor de la Palabra ponga a los hombres en el camino de sus propias decisiones. Tal es la cuestión de una paternidad espiritual.

El servicio profético y el nuevo martirio

Para Francisco, el ministerio exige hoy salir de las zonas de confort que ofrece la visión de un cristianismo de doctrina fija y anquilosada en las normativas, para ir tras la llamada del Señor, que pide ser su voz en los distintos ambientes en que la vida humana es agredida en su dignidad y se vulneran los derechos fundamentales de los hombres y mujeres de hoy.

Pide llegar a tocar la carne llagada, dejarse afectar y ensuciar por las realidades que hieren a la humanidad, abrazar el profetismo que necesariamente implica una especie de nuevo martirio al no concurrir con lo comúnmente establecido hoy como verdadero o aceptable por las nuevas colonizaciones ideológicas que quieren dejar fuera de la esfera social todo aquello que sea apertura a la trascendencia. Existe una nueva persecución religiosa disfrazada de laicidad o vida civil secularizada que quiere desechar las religiones.

Es posible que ser sacerdote no sea algo socialmente valorado en la actualidad. He ahí una llamada profética que, de algún modo, abraza el martirio.

El Reino de Dios es servicio

El Hijo del Hombre no vino para ser servido… (Mt 20,28). Estas palabras del Señor resuenan hoy como una vivaz invitación a comprender como clave fundamental de fe el servicio a los demás, porque para Dios reinar es servir. Así, toda la enseñanza del Santo Padre redunda en hacer partícipes a todos los miembros de la Iglesia en la aceptación de un nuevo impulso misionero en el que todos y todas se sientan invitados a tomar parte en la labor eclesial, siendo interlocutores fraternos de todas las gentes. Ese es el espíritu de todo su pontificado y que en Fratelli tutti tiene un alcance universal, una invitación a la amistad con todos.

Francisco, testigo e instrumento fulgurante del Espíritu, nos recuerda que el sacerdocio es mediación y servicio, nunca un mérito o un privilegio. La Iglesia abraza una ministerialidad que va más allá del culto y de los oficios. El Vaticano II la catapultó toda ella, con cada uno de sus miembros, como sacramento universal de salvación. Se trata de una sacralidad que, unida a lo profano, se ocupa de unir a los hombres entre sí a través del Sumo y Eterno Pontífice de nuestras vidas, Jesucristo, y de Pedro, su vicario aquí en la tierra.

El sacerdocio es servicio y fraternidad.