William

A los seres humanos muchas veces nos cuesta ceder el paso a otro y renunciar o salir de la posición en la que nos encontramos a niveles de trabajo o servicio. En la Iglesia esto se da todavía mucho más. Hay gente que se eterniza en algunos puestos de dirigencia y coordinación y no ceden aunque deben, y le corresponde hacerlo, dígase en nuestras comunidades y así en otras posiciones, como si la misión fuera exclusiva, y nuestra, pensando que si me voy todo se caerá y que los demás fuera de uno, nada bien pueden hacer o continuar.

En la Biblia hay un bonito ejemplo de transición en cuanto a la misión en el profeta Elías y Eliseo. Primeramente Dios le dice a Elías que unja profeta a Eliseo (I Re 19,16b), luego Elías lo encuentra, pasa a su lado y le echa el manto (I Re 19,19). Es como gesto de invitarle al seguimiento, a continuar la labor que él había comenzado y que a partir de ese momento lo hacía partícipe, y más adelante continuador de la misión profética. 

Más adelante Elías se despedirá de Eliseo en un arrebato que lo lleva al cielo en un carro de fuego (2Re 2,1-18). Mientras llega el carruaje ambos caminan juntos, e intercambian inquietudes y Elías realiza el signo de dividir las aguas del río Jordán con su manto, el que le había echado encima en su momento a Eliseo, cuando es arrebatado. Eliseo toma el manto que se le había caído de la espalda a Elías al ser llevado, luego golpea el agua con el manto para que se separen. No se separan en un primer momento y luego cuando la golpea otra vez se da el signo de separación, como confirmación de que la misión que tenía Elías había concluido y ahora le correspondía a él continuar.

Lamentablemente entre nosotros hay muchos que les cuesta desprenderse del manto como signo de la misión y dirigencia, y es una pena. En nuestra labor pastoral debemos hacer bien lo que nos corresponde e ir eligiendo personas y prepararlas para nuestra posterior sucesión, pues la tarea no es nuestra: es del Señor. Sólo somos simples instrumentos de tránsito para un momento dado y ya, los demás seguirán el camino y en ellos, elegidos también por el Señor, debemos confiar, sin importar que tengan éxito, tal vez menos o más que uno, incluso sin importarnos que fracasen.

Hay gente entre nosotros que aunque son muy inteligentes, no ven más allá de la función y el ministerio que tienen. Es una especie de miopía personal y espiritual, y son renuentes a dejar su cargo, cuando al término del mismo hay muchas otras cosas que pueden hacer distinta a la anterior, sin interferir con sus sucesores y en beneficio del reino, pero se resisten a desprenderse del manto. 

Hay que tener cuidado con esto, pues no debemos olvidar una de las  tentaciones de Jesús en el evangelio: el poder (Mt 4,8-10 y Lc 4,5-8), la cual se puede disfrazar de esa falsa preocupación de que las cosas deben continuar como están y con quien está, con la falsa excusa de que no hay buenos líderes, o el asunto se caerá. Creo que con ello tentamos a Dios, pues nos olvidamos que la obra es suya y no nuestra, que solo somos servidores de paso y él en su inmensa sabiduría, como en el caso de Elías y Eliseo, el trabajo, la misión va pasando de mano en mano. Así como  inició la obra salvífica, la pasó a su Hijo y este a su vez la ha puesto ahora en manos del Espíritu Santo.