El reto actual de vivir la felicidad y autenticidad cristiana

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En tiempos de confusión e incerti­dumbre como los que actualmente vivimos; época compleja caracterizada por el desconcierto y el predominio del relativismo en todas las esferas de la vida, donde como diría el poeta, parece que “nada es verdad ni nada es mentira”, tenemos los cristianos el desafiante reto de mostrar al mundo, con humildad pero al mismo tiempo con coherencia y sin miedo, los valores esenciales en que se fundamentan nuestro gozo y nuestra esperanza.

Se ha reflexionado y escrito mucho, pero no está nunca de más volver sobre ello cada vez que sea posible, en torno a la importancia que tiene la coherencia de vida para que nuestro testimonio sea creíble. Quie­nes nos rodean no son tontos y saben apreciar si nuestra forma de actuar se corresponde con lo que predicamos y proclamamos; es, la mayoría de las veces, la falta de autenticidad, la no coincidencia entre discurso y práctica lo que nos impide ser creíbles; el principal obstáculo para que el mun­do crea, para que los valores del evangelio impregnen la vida y el quehacer de nuestros semejantes y del entorno en que nos desenvolvemos.

¡Qué terrible bombardeo el que a diario recibimos y reciben nuestros hijos vendiéndonos ideas de felicidad tan contrapuestas a las bienaventuranzas evangélicas! ¡Cuánto derroche y exhibicionismo! ¡Cuánta superficialidad! ¡Cuánta atención a la exterioridad con el consiguiente olvido de lo que de verdad nos enriquece y ­perdura!

Es el diario combate que como humanos y cristianos nos vemos precisados a librar pues no estamos exentos de sucumbir ante los encantos de sirena de una época que rinde pleitesía a lo efímero e idolatra un presente sin horizonte ni perspectiva.

Somos los cristianos portadores de una riqueza inagotable que en ­nuestro estilo de vivir debe manifestarse. No se trata de conductas ­heroicas ni de falsos alardes de bea­tería; es la heroicidad del “día a día” que se expresa en la calidad de las relaciones que fomentamos; en el lugar que en la jerarquía de nuestros valores conferimos al amor, a la humildad, a la entrega y el servicio.

Es la lucha sin cuartel para no permitir que, sin darnos cuenta, nos va­yamos deshumanizando, que es el paso previo a descristianizarnos en la práctica y a vivir como si “ Dios no existiera”, con el consiguiente peligro que nos advertía Dostoievski de que “si Dios no existe, todo está permitido”, es decir, que cuando no es Dios quien orienta nuestro comportamiento quedamos al arbitrio del capricho y las veleidades del gusto y el placer, donde el parámetro de lo que es justo, bueno y noble lo fija cada cual sin re­ferencia alguna a valores trascendentes.

Giovanni Reale en su hermoso libro “La sabiduría antigua. Terapia para los males del hombre contemporáneo”. (Editorial Herder), ha diagnosticado con honda perspicacia el malestar civilizatorio que vive la humanidad contemporánea. Desde su óptica “el camino que hemos alimentado con la cultura pragmático-­tecnológica y que pasa a través de la búsqueda ilimitada del bienestar material amenaza conducirnos al resultado contrario: por tener siempre más corremos el riesgo de no ser más”. (Pág.112).

Este es el principal desafío que como cristianos tenemos en el mundo actual y al que como cristianos estamos llamados a responder.

Enzo Bianchi nos ha recordado al respecto: “los cristianos deberíamos saber mostrar a todos los hombres, humildemente, pero con determinación, que la vida cristiana no sólo es buena, es decir que no sólo está marcada por los rasgos de la bondad y del amor sino que también es bella y feliz, que es vía de belleza y de dicha, de felicidad. Preguntémonos con ho­nestidad: ¿da hoy el cristianismo un testimonio de la posibilidad de una vida feliz? ¿Nos comportamos los cristianos como personas felices o no parecemos a quienes, precisamente por la fe, llevan fardos que les aplastan y viven sometidos a un yugo pesado y opresivo, en lugar del yugo suave y ligero de Jesucristo?

 

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