No hay un regalo mejor

que un sentimiento sincero,

no se compra con dinero 

y eso le da más valor

haciéndolo superior

a una joya de metal

pues al frío material

no le late un corazón 

ni guardará una razón 

de sublime amor filial.

Nos llenamos nuestros ojos

con objetos deslumbrantes

y momentos rimbombantes

que son fugaces antojos,

al fin y al cabo rastrojos

que se lleva la corriente

a un lugar indiferente 

sin huellas y sin memoria

porque es cosa transitoria,

banal  … e intrascendente.

Un estrechón, un abrazo

una palabra amorosa

con una flor primorosa

no vence ni tiene plazo

y es un idílico lazo

tan esencial en la vida

como una llama encendida 

que calienta en el hogar 

y no se habrá de apagar 

por ser de Dios bendecida.

Obsequiemos el aliento,

la esperanza, la alegría, 

la luz que nos brinda el día 

las ramas que mece el viento

la tierra y su movimiento

(amanecer, el poniente) … 

la faz del niño sonriente

y que no falte “te quiero”

con cariño verdadero:

¡el más hermoso presente!

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