En el 2009 escribí este artículo y lo repito 14 años después ya que la misma problemática bíblica-litúrgica tratada aquella vez se está repitiendo de nuevo y no debe ser.

En  nuestras liturgias dominicales y diarias ha comenzado a darse un fenómeno, el cual no sabemos de dónde ha provenido o qué o quién lo ha propiciado. Es el hecho de que los lectores de la primera o segunda lectura omiten mencionar de dónde  proviene la lectura que leen, es decir, no mencionan si la lectura es de un profeta o de un libro del Antiguo Testamento, o es una carta de Pablo dirigida a tal comunidad o cualquier libro del Nuevo Testamento

 Se limitan a leer el texto así sin más y esto no debe ser, pues al mencionar de donde proviene la lectura que se lee estamos haciendo presente a uno de los autores de la Biblia que es el hombre, pues al final de cada lectura decimos Palabra de Dios, para hacer presente al otro autor, a aquel que ha enviado su Espíritu a esos hombres para que escribieran el texto que se nos expone.

Por qué la Biblia al hablar de autoría goza de una doble paternidad: Dios y el Hombre. Según la Constitución Dei verbum del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, en su Número 11 nos dice: ´´En la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres, que utilizó usando sus propias facultades y medios, de forma que, obrando El en ellos, y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que él quería ́.

́El hombre a la hora de escribir el texto sagrado no fue un simple instrumento en las manos de Dios, sino que Dios le pide un servicio, le llama para que emplee todo su potencial y saber que el mismo Dios le ha dado para esta labor tan alta; pero Dios no anula la conciencia y el ser del hombre. Hay muchos que piensan que la labor escriturística por parte del hombre, fue como si Dios se posesionase del hombre, entre nosotros, como si el hombre se montara y solo escuchase los dictados de Dios, y esto no fue así

. El hombre inspirado por el Espíritu de Dios, sin dejar de ser él, escribió los textos y también hay que aceptarlo en este orden como autor de la Palabra de Dios, porque en cada libro bíblico, escrito en diversas épocas y tiempos históricos, llevan ese rezonar temporal de sus escritores, en ellos hay una responsabilidad de quienes escribieron. Estos libros tienen en sus caracterizaciones históricas y del género literario o forma de escritura que emplearon, el sello del autor humano que intervino en su composición.

 Sobre Dios como autor de la Biblia, ya los mismos libros de la Biblia hablan de este aspecto. Cada vez que en los libros proféticos escuchamos la famosa frase: Oráculo del Señor, se está diciendo que el mensaje, la Palabra transmitida no es de origen humano sino divino, no es una acotación personal del escritor sino del mismo Dios. El le escuchó esa Palabra al mismo Dios. Así también cada vez que leemos, sobre todo en el Nuevo Testamento.

Para que se cumpliera la Escritura, se está diciendo que esta Escritura debía de cumplir su cometido, no por ser palabra humana, sino porque es Palabra del mismo Dios.

En la Carta a los Hebreos 1,1 dice que de diversas y muchas maneras habló Dios a los hombres, sobre todo por medio de los Profetas. Ahí se hace referencia al Antiguo Testamento.

 Ya  un escrito vigente para la época, y se consigna a Dios como su autor. Dios es autor de la Biblia porque Él es la causa que hace que el Hagiógrafo (autor sagrado), el hombre, escribiese, como dijimos anteriormente: El le inspira.

 Así tenemos a Dios, y el hombre como autores de las Sagradas Escrituras. Dios como el autor que mueve todo y causa del otro autor el hombre. Por lo tanto a la hora de leer un texto bíblico si queremos ser serios con el mismo texto, tenemos primero que comenzar por hacer presente, mencionar a uno de los autores: El hombre, y al final al otro autor: Dios.