Miguel Marte

Así dice el Señor: “No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.” (Éxodo 22, 20-26)

Estamos ante un trozo del llamado “Código de la alianza” (Éxodo 20,22-23-19), parte nuclear de los más de cien capítulos que el Pentateuco (cinco primeros libros de la Biblia) reserva a cuestiones legales. De hecho, estos libros son llamados en la Biblia Hebrea, Torah. Que se puede traducir por “ley”, “instrucción”, “enseñanza”, pero su sentido etimológico contiene la idea de “arrojar una flecha”, por eso alude a “dar dirección”, “instruir”, “señalar el camino”. ¿Tendrá algo que ver con el predominio de “lo legal” que el libro del Levítico esté ubicado en el centro de este bloque de libros bíblicos? Recordemos que el Levítico expone la ley en su más completo sentido. Las leyes del Pentateuco constituyen el núcleo de la alianza de Dios con su pueblo.

El texto que nos ocupa recoge algunos imperativos éticos-sociales relativos a tres de las llamadas “categorías vulnerables” de la sociedad israelita: forasteros, huérfanos y viudas. Estas pueden ser englobadas en el genérico pobre. El extranjero era vulnerable porque no contaba con la protección de su clan. Por su parte, la viuda y el huérfano quedaban expuestos a la violencia al no contar con el apoyo del marido o del padre. Por consiguiente, son los que más necesitan ser amparados por la ley. Israel entendió que debían ser atendidos porque si ellos claman al cielo Dios los escuchará y pedirá cuenta a quien no los haya atendido. Dios asume el papel de protector especial. Pero sucede que Dios todo lo hace lo realiza a través de seres humanos, ahí la obligación de la sociedad israelita de garantizar que las personas que forman parte de estos grupos vulnerables sean tratados con dignidad. 

La predilección de Dios por ellos debe ser la principal motivación para que el creyente en Yahvé haga lo mismo. En el salmo 46,9 rezamos: “El Señor protege al extranjero y sostiene al huérfano y a la viuda”. El hombre de fe debe poner los ojos donde Dios pone los suyos, y como “la pasión” de Dios son los pobres al hombre creyente no le queda otro camino que también fijarse en ellos. El libro del Deuteronomio llega incluso a considerar motivo de maldición el no hacerles justicia: “Maldito el que tuerza el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda” (Dt 27,19). Como se puede ver, la teología de la alianza está en el origen del mandamiento del amor.

Pero, como se sabe, nadie está obligado a amar al otro. El amor es un acto de la voluntad. Por eso es importante dejar claro que los imperativos éticos del “Código de la alianza” no son leyes inapelables, sino instrucciones que orientan, que señalan el camino que Dios quiere que sus fieles sigan. Son una enseñanza que abre camino para pensar bien la vida y no una ley que limita y paraliza. “Es preciso afirmar que las leyes han sido dadas a Israel para su regocijo y plenitud, y no como una carga para su fe… La teología del Antiguo Testamento está lejos de considerar las leyes como una obligación mecánica; más bien, la observancia de la Ley es la puerta de entrada para mantener una relación creativa con Dios y con el prójimo”. En cuestiones del amor la creatividad es fundamental. Qué lástima que seamos tan poco creativos para hacer el bien. 

Me parece interesante que en el texto que estamos comentando el trato que se debe dar al otro esté motivado por la propia experiencia de sufrimiento: “porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto”. La experiencia de la propia vulnerabilidad debe ser motivo suficiente para tender la mano al otro. Todos estamos expuestos, por lo que todos nos necesitamos mutuamente. El “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan” aquí podría decirse de manera positiva: “haz al otro lo que esperarías que se hiciera por ti” cuando experimentes tu propia fragilidad.