“Cumplir”, el verbo que necesitamos

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Mi madre suele expresar que va “a cumplir con fulano de tal”. Puede ser algo festivo o triste. Y luego de su diligencia nos dice con propiedad: “ya cumplí, me siento bien”. Esto motivó a preguntarme: ¿qué necesitamos para avanzar como pueblo? Mi respuesta es un verbo: “cumplir”. Y abarca a gobernantes y gobernados, vendedores ambulantes y em­pleadores, profesores y estu­diantes, socialistas y capitalistas.

“Cumplir” es un verbo am­plio, polifacético. Significa una obligación o promesa. Es un compromiso de actuar co­rrectamente, de ser activo, de hacer lo que nos dicta el deber. Es materializar nuestros de­seos y ser buenos ciudadanos. “Cumplí mi sueño”, anuncia­mos satisfechos. Y manifestamos orondos: “yo cumplo con la ley”.

“Cumplir” no es compatible con la maldad, el odio, el desdén, el temor, la traición, el robo o el atropello a la digni­dad del otro. “Cumplir” se en­marca siempre en las positivas obras, no en promover la maldad, las injusticias y la indigni­dad, que para eso existen otros verbos, como engañar, traicio­nar y mentir.

No se cumple para compla­cer a terceros o ser graciosos; se cumple para estar en armo­nía con nuestras sanas convicciones y nobles propósitos en la vida. “Cumplir” nos convierte en felices y libres.

¿Cumplo con mi familia? ¿Cumplo con el pago de mis deudas? ¿Cumplo en mi trabajo? ¿Cumplo los acuerdos o me hago que no los recuerdo? ¿Acaso soy un cumplidor a medias, a retazos, dependiendo de mis antojos y no de mis res­ponsabilidades frente a la sociedad y a mi entorno?

¿Cumplo desde el puesto público que tengo? ¿Cumplo con las normas? ¿Cumplo con la ética? ¿Acaso me escondo o huyo cuando debo dar la cara para enfrentar un problema o para cumplir con el prójimo que me necesita? ¿Soy más tolerante para juzgar mis in­cumplimientos que los de los demás? ¿Soy, en esencia, un cumplidor o un incumplidor?

Para los cobardes, frustrados y carentes de valor, la pa­labra “cumplir” no está en el diccionario que consultan sus sentimientos. No la predican con el ejemplo ni por casualidad, salvo por egoísta conveniencia. Eso sí, a veces son implacables para exigir que otros cumplan.

“¡Ánimo! Todo pasa. Ama tu trabajo y no dejes de cum­plir tu deber cada día”, nos de­cía Don Bosco. Cumplamos nuestro deber cada día, cada hora, cada segundo, sin excu­sas, sin lamentos, sin miedos, sin reparos. “Cumplir” es un verbo hermoso, conjuguémos­lo como Dios manda. Y así, todos cum­pliendo, lograremos una mejor patria.

 

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