Como en los gimnasios

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Parece que a Jesús no le im­porta tanto la cantidad. Tam­poco las especulaciones. Ante la pregunta, tan habitual en su tiempo, de un personaje, sobre si son pocos los que se salven su respuesta apunta en otro sentido: “Esfuércense en entrar por la puerta estrecha”. Se trata de un esfuerzo que se asemeja más a la lucha, como cuando decimos: “Lucha por alcanzar tal cosa”. De esta manera apunta, mejor, a la decisión personal de cada individuo. Si son muchos o son pocos de­penderá de cómo cada uno asuma la propia vida. Lo im­portante es luchar por no que­darse afuera.

La puerta estrecha es todo lo contrario a lo que el ser hu­mano ha pretendido a lo largo de la historia. Las puertas grandes y espectaculares siempre han sido una imagen de identificación social; mientras más llamativas mejor representan a quienes viven detrás de ellas. Con frecuencia se busca combinarlas con la ma­jestuosidad de la casa o edificio que se construye. Una puerta ancha y espectacular permite que el inquilino entre con su auto, lujoso o no, hasta las interioridades de su casa.

La puerta de la que habla Jesús no es de este tipo. Es tan estrecha que apenas puede en­trar cada uno, sin auto y sin paquetes en las manos. La puerta estrecha es la puerta de la responsabilidad personal que lleva a tomarse la vida en serio. Por la puerta ancha los hombres pasan en serie, como lo hacen por las máquinas in­dustriales los objetos elaborados en una fábrica. Esto supo­ne que el ser humano es esencialmente responsable, capaz de responder personalmente a la llamada que Dios le hace. La invitación para el banquete de­finitivo nos llega a nuestro correo personal. Al que cada uno asiste solo con la propia vida en sus manos.

Jesús no responde directamente a la pregunta planteada por el personaje talvez porque para él todas las personas están llamadas a la salvación. Deja entender que este regalo exige ciertas condiciones de parte del destinatario.

Me gusta decir que la salva­ción se nos da por adelantado, luego vendrá el compromiso de merecer mantenerla. La pri­mera exigencia es reconocer que se trata de una gracia, un regalo; la segunda es entrar por la puerta estrecha, esto es, asu­mirla como un asunto perso­nal. Por la puerta ancha entran todos, como una masa anónima, indiscriminadamente. La corriente de un río. La puerta estrecha habla de la exigencia de hacer cada uno su propio camino.

Sin duda que todas las personas quieren alcanzar la ple­nitud de vida que se nos ofrece como salvación; pero no todos están dispuestos a hacer el camino ligeros de equipaje, condición indispensable para entrar por la puerta estrecha. ¿Y si la salvación consiste en ser salvados de todo aquello que llevamos colgado, aquí y ahora, para estar en condición de atravesar la puerta estrecha? ¿Y si la puerta estrecha significa todo lo contrario que “andar a sus anchas”?

No sabemos si serán mu­chos o pocos los que se salven. Jesús no responde a la cues­tión. Parece que la salvación no tiene que ver con cálculos matemáticos, sino con la actitud que asumamos la vida. En todo caso, no se trata de “gracia barata”, sino de renuncia. Habría que renunciar a todo aquello que no cabe con uno por una puerta tan estrecha. También habría que cuidar la dieta que consumimos diariamente, esa que nos hace creer que tenemos bien gordo el ego cuando en realidad lo que estamos es hinchados. El que sufra de este tipo de obesidad difícilmente entre por esa puerta por­que posiblemente no quepa. Por eso hay que someterse des­de ya a un proceso de transformación personal. Como en los gimnasios.

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