Érase una vez, un mendigo, a quien le llamaban el mendigo del Adviento. Llevaba ya unos días sin comer ni beber nada. Iba caminando por las calles con una mano extendida; con los pies descalzos y con mucho frío. “¡Tengo hambre!”, era el grito insistente del mendigo.
Una noche, tuvo un sueño que lo marcó para toda la vida. Soñó que pasaba por allí el profeta Isaías, quien se detuvo delante de él y le ofreció un poco de comida; que le habló de una Virgen que iría a dar a luz a un niño y que se llamaría Enmanuel, el Dios con nosotros. El mendigo podía sentir que aquellas palabras alimentaban su corazón con la virtud de la alegre esperanza.
Luego, vió pasar un personaje vestido con piel de camello, era Juan Bautista que con una voz enérgica gritaba por los caminos: “preparen el camino al Señor! ¡Enderezad los senderos!”. En el sueño, el mendigo ya se veía a sí mismo reanimado y con deseos de prepararse para la llegada del rey bendito.
Más adelante, vió a un hombre con apariencia de carpintero que acompañaba a una hermosa joven en cinta y que estaba para dar a luz. Montaba un humilde burriquito.
El mendigo no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Ya había sido instruido por Isaías, y alertado por Juan. Sentía que debía estar vigilante ante el cumplimiento de la promesa. Su mirada se quedó clavada en la humildad de aquella pareja de esposos que iban presurosos. Le siguió los pasos y pudo ser testigo de las penas y desprecios que sufrieron en los hospedajes. Pudo ver cómo se produjo el nacimiento del niño en un establo. Pudo contemplar la belleza del niño en el pesebre, y presenciar la maravillosa presencia de los Ángeles que cantaban “Gloria in excelsis Deo”. Sintió la confianza de unirse a los pastores que se acercaban para contemplar al niño Bendito. Llegó a pedirle a la madre del recién nacido que le permitiera tenerlo un momento en sus brazos, y pudo escuchar cómo dulcemente la Virgen le susurró: “lo tendrás siempre en tu corazón”.
¡El mendigo del Adviento despertó! Estaba rebosante de alegría por haber tenido un sueño tan maravilloso!
A partir de ese día, el mendigo se hizo un juglar de Dios y empezó a cantar por los caminos: “tengo hambre de Dios. El niño Dios es mi alimento”.




