La preparación espiritual para la muerte es un camino de entrega, reconciliación y profunda esperanza. Así como dedicamos tiempo a cuidar nuestro cuerpo en vida, también debemos cuidar el alma, que permanece más allá del tiempo. Los sacramentos, especialmente la Confesión, la Unción de los Enfermos y la Eucaristía —el “viático” del alma— son signos visibles de la gracia invisible que Dios derrama sobre quienes se disponen a partir en paz. Nos reconcilian con Él, sanan heridas del corazón y abren la puerta al cielo con confianza.

“En tus manos encomiendo mi espíritu.” – Lucas 23:46. Estas palabras, dichas por Jesús en la cruz, revelan una entrega total al Padre. En el umbral de la muerte, Él no teme, sino que se abandona con amor. Esta cita ilumina la experiencia de quien, en la etapa final de la vida, se ha reconciliado con Dios y se abandona en sus manos con serenidad. El alma que ha recibido los sacramentos se siente acompañada, no sola, y fortalecida por la promesa de la vida eterna.

La muerte no es el fin, sino el paso al encuentro definitivo con Dios. Prepararnos espiritualmente nos permite soltar con paz, agradecer la vida y confiar en la misericordia divina. Hoy, más que temer, deseo vivir con la esperanza firme de que el Señor me espera con los brazos abiertos.

Oración:

“Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Dame la gracia de vivir cada día en paz contigo, de recibir tus sacramentos con fe viva y de prepararme para el encuentro contigo con confianza y amor. Amén.