19.  Trabajo: camino de madurez y santidad según el Beato Bronislao Markiewicz

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Padre Jimmy

El 1 de mayo, Día Internacional del Trabajo, tiene su origen en el siglo XIX como respuesta a la explotación de los trabajadores durante la Revolución Industrial. En 1886, miles de obreros en Chicago se manifestaron en defensa de la jornada laboral de ocho horas, hecho que terminó en la histórica revuelta de Haymarket. Desde entonces, esta fecha se ha convertido en símbolo mundial de lucha por la justicia social y los derechos laborales. Sin embargo, más allá del trabajo físico e intelectual, existe una tercera dimensión frecuentemente olvidada: el trabajo espiritual.

En la espiritualidad del Beato Bronislao Markiewicz (1842–1912), sacerdote polaco y fundador de la Congregación de San Miguel Arcángel (miguelitas), la educación integral del ser humano se apoya en dos pilares: “templanza y trabajo”. Para él, trabajar no era solo un deber económico o social, sino una vocación que abarca todo el ser: cuerpo, mente y alma.

Las tres dimensiones del trabajo

Markiewicz promovía un sistema formativo que integraba tres tipos de trabajo:

  • Trabajo físico, necesario para la salud, la autodisciplina y la dignidad del sustento diario.
  • Trabajo intelectual, como cultivo de la razón, la creatividad y el pensamiento crítico al servicio del bien.
  • Trabajo espiritual, que consiste en el esfuerzo continuo por dominar las pasiones, cultivar la virtud y cooperar con la gracia divina.

Inspirado en la doctrina de Santo Tomás de Aquino, enseñaba que la templanza no es solo autocontrol, sino una virtud cardinal que regula los impulsos más profundos del ser humano —especialmente los relacionados con la sexualidad y el consumo— guiándolos según la razón iluminada por la fe. Esta virtud, tan atacada en el mundo moderno, es clave para una vida equilibrada, libre y fecunda.

Markiewicz insistía en que sin templanza no hay trabajo eficaz ni auténtica libertad. La fuerza de voluntad, la constancia y el orden nacen de un corazón purificado y disciplinado. Por eso, su propuesta pedagógica no separaba formación técnica de formación moral. En sus casas para jóvenes, se rezaba, se estudiaba y se trabajaba con igual seriedad.

Un llamado vigente

Hoy, cuando el trabajo tiende a reducirse a productividad, salario o prestigio, el legado del Beato Bronislao nos recuerda que trabajar es colaborar con Dios en la obra de la creación y en la construcción de un mundo más justo. La santificación por el trabajo, cuando está unido a la gracia y a la templanza cristiana, nos convierte en artesanos del Reino de Dios.

En una época marcada por la pérdida del sentido del esfuerzo y la evasión del sacrificio, su propuesta cobra especial relevancia. La dignidad del trabajo no depende del tipo de labor, sino del espíritu con que se realiza. Cada tarea, humilde o elevada, puede ser un altar de ofrenda si se vive con amor, templanza y fidelidad.

El Beato Markiewicz sigue hablándonos hoy: educar para el trabajo es educar para la libertad, la madurez y la santidad.