Creo en un solo Señor Jesucristo

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Peregrinando a campo traviesa

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.  mmaza@belenjesuit.org

   Siguiendo a Josep Vives, S.J. en su obra Creer el Credo, explicamos ahora: “creo en un solo Señor Jesucristo”. Este artículo encierra tres elementos: creemos en Jesús de Nazaret, creemos que es el Cristo y que es Señor.  Hoy empezamos a tratar el primero.

     Juan (1,18) nos recuerda: “A Dios nadie lo ha visto a Dios jamás, pero Dios-Hijo único nos lo dio a conocer; él está en el seno del Padre y nos lo dio a conocer”.

Lo decisivo del cristianismo no es creer que hay un Dios. Los que mataron a Jesús también creían que había un Dios. Lo crucial y escandaloso del cristianismo es creer que Dios se ha revelado en un campesino de Galilea, llamado Jesús de Nazaret.

   Hoy en día son pocos los que dudan de la existencia de un predicador ambulante llamado Jesús de Nazaret. La cantidad de evidencias sobre su prédica, condena, acciones y comunidades de sus discípulos, considerados infames por el historiador romano Tácito (56 al 118), son tantas, que como escribió Gerd Theissen, haría falta un ejército de tramposos fabricando rastros falsos en el pasado.

    Otro asunto es creer que en Él se revela la divinidad. Jesús fue un hombre discutido, lo acusaron de blasfemo, agitador, farsante, socio del demonio, comilón y bebedor. Mucha gente que interactuó con Jesús no creyó en él, ¡murió crucificado! No es fácil reconstruir la historia de Jesús, pero con lo que sabemos basta para tomar posición ante él. Vives lo presenta así: “La mesianidad o la divinidad de Jesús no se puede demostrar, al menos con una demostración puramente histórica, objetiva o científica; pero tampoco es objeto de una opción gratuita”. Considera la persona y el mensaje de Jesús de Nazaret, pudiera ganarse tu adhesión, como ocurrió con sus primeros discípulos.  

    En sus Anales (15, 44) Tácito narra cómo Nerón culpó al grupo llamado “cristianos” por los romanos, porque Cristo, personaje que le dio origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló no solamente en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas partes del mundo confluyen y se popularizan”.