LA VERDADERA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

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Miguel Marte

Hermanos: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús. (Filipenses 3, 8-14)

Un texto autobiográfico. En él Pablo nos cuenta la transformación que sufrió a raíz de su encuentro con Cristo Jesús. Lo llama “mi Señor”, es decir, alguien a quien le pertenece. “Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura”. ¿Qué fue ese “todo” que perdió y estima basura? Unos versículos antes de este texto lo había señalado: siete títulos que cubrían la pared de su vida, envolturas del alma con las que protegía su yo. Esas siete prerrogativas son: circuncidado al octavo día; perteneciente al linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; fariseo en cuanto a la Ley; celoso cuando se trata de defender su fe judía respecto a otras creencias; intachable en el cumplimiento de la Ley. Ese listado de cosas, según él pensaba, le garantizaban la salvación. Una salvación alcanzada por su propio mérito. Es lo que él llama en nuestro texto “justicia mía” y que en el versículo 3 había designado como “confianza en la carne”. Todo eso quedó hecho pedazos en su experiencia de Jesucristo. En eso consiste la auténtica conversión de Pablo.

Recordemos que conversión quiere decir “cambio de ruta” o “cambio de mentalidad”, según los vocablos hebreo o griego con que se designa respectivamente. En Pablo se dan ambas cosas; al cambiar de mentalidad -su manera de pensar a Dios- cambió el rumbo que le estaba dando a su vida, pasó de perseguidor de la Iglesia a su más insigne defensor y propagador de su tiempo. El “traumatismo” provocado por el encuentro con Cristo hace que ahora quiera ganarlo (“ganar a Cristo”), “existir en él” y “conocerlo”. En eso consiste el “lanzarse al futuro” de que nos habla el apóstol. Todo esto con el fin de configurarse con él, proceso en el que va avanzando, pero en el que todavía se siente en carrera.

Tengamos en cuenta que cuando Pablo habla de “conocimiento de Cristo” nos remite a su experiencia con el resucitado en Damasco. Por lo tanto, no debemos pensar en un conocimiento al estilo griego donde el sujeto se apropia del objeto conocido haciéndolo algo suyo; tampoco se trata de una aprehensión intelectual -académica- acerca de Cristo; en nuestro caso, es la persona que conoce la que termina siendo poseída. Es la experiencia de una relación personal de Cristo con Pablo, una especie de conocimiento existencial con la consiguiente transformación del apóstol.

Miremos, además, que Pablo siente que su experiencia de Cristo resucitado, no solo lo lleva a experimentar la resurrección, sino también sus padecimientos. Nos dice que su encuentro ha sido “para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos”. La experiencia de la resurrección presupone el paso por los padecimientos de Cristo, esto es la cruz. Es interesante que Pablo primero habla de resurrección y después de los padecimientos propios de la cruz, tal vez quiera decirnos que solo quien ha tenido experiencia de Cristo resucitado puede integrar los padecimientos de la vida cotidiana.

De acuerdo con lo dicho -y quizá eso sea lo esencial para nosotros hoy- la existencia cristiana se caracteriza por: 1) participar de los sufrimientos y la muerte de Cristo, y 2) la esperanza de la resurrección futura. ¿No es precisamente eso lo que vivimos en el tiempo de Cuaresma en cuanto itinerario hacia la Pascua?