William Arias
Todos, una u otra forma, en nuestro proceso escolar hemos recibido la famosa materia de Historia, resúmenes del transcurrir de los pueblos pero, desde una perspectiva socio-política y económica, desde el quehacer de los poderosos y detentadores del poder del momento, pero no de todos los pueblos o culturas, sino la de los que han tenido connotaciones imperiales y de dominadores y opresores de la humanidad.
En mis años de estudios de bachillerato y de filosofía, distinguir entre Historia e Historiografía, desde la perspectiva de algunos pensadores en especial el filósofo alemán Wilhelm Dilthey, la Historiografía sería un mero ir contando las hazañas, procesos y momentos de los pueblos, sobre todo de Occidente y uno o más de otras latitudes en la medida en que iban entrando en contacto con estas naciones. Ya la Historia tendría un carácter más antropológico y eminentemente filosófico, en el sentido de que ésta vendría a ser el quehacer propio de los hombres en su individualidad, tropezando con una serie de elementos del llamado “historicismo”, que no quedaría muy claro y que podría prestarse a ciertos engaños como el caer en teorías de tipo determinista.
Pero la cuestión positiva fue que se pudo armar una especie de consciencia de que hay “mi historia” .Como quehacer propio, el hombre como ser histórico y hay toda una unión de esos quehaceres que constituyen la historia del mundo, encuadrada en esa Historiografía contada, que lamentablemente puede prestarse a manipulación por el sistema, los poderosos o intereses del momento, incluso puede darse una falsación de la propia historia, dando pie a una ignorancia en grado sumo de lo que ha sido el quehacer de hombres de ciertos pueblos y cultura y también un menosprecio de otra.
La Historia la escriben, dicen muchos, los vencedores (en este caso sería la Historiografía), nunca los de abajo. En la Biblia, que narra la historia en clave salvífica y religiosa de un pueblo, convergen las dos vertientes, en especial en el Antiguo Testamento, vemos que el quehacer histórico parte desde los que no cuentan, un pueblo esclavo y oprimido, aunque la tónica la lleva un Dios todopoderoso. Pero más adelante, con la entrada de la monarquía, la historia se comienza a narrar desde el quehacer de los reyes poderosos de entonces y Wilhelm Dilthey desde los imperios de turno. Unos hombres llamados Profetas lucharán para que esa historia vuelva a ser desde los de abajo, desde aquel pueblo que experimentó el sabor de la victoria y de la conquista en un momento único de su historia, la cual incluso muchos ponen hoy en duda. Pero el asunto es que esa historia ha marcado y marca a este pueblo en especial, en lo relativo a ese Dios poderoso que les ha acompañado.
La cuestión es desde dónde vemos la Historia y desde dónde exponemos la Historiografía. Hay una deuda con los pobres y oprimidos del mundo, que no sé cuándo se saldará. Han habido intentos de hacerlo, por ejemplo, las utopías comunistas y socialista han querido hacerlo desde el corazón de los obreros.
La Teología de la Liberación quiso hacerlo desde el creyente de la base: campesinos, obreros, chiriperos, víctimas de las injusticias, analfabetos, madres de familia, gente de los barrios marginados, etc., gente que no contaba o cuenta en niveles de influencia en la sociedad, y que no detentan los intereses poderosos del momento, en el ámbito socio-político y económico. Hoy día hay una derecha todopoderosa que se levanta en medio de nosotros,quiere contar y hasta corregir esa Historiografía como se cuenta, y querer enderezar los entuertos de la historia pasada.
Hay un empeño por destacar dizque lo positivos de regímenes dictatoriales pasados (los poderosos), y tratar de acallar todo el sufrimiento, injusticia, violencia y muerte que provocaron. Se quiere borrar esa memoria histórica a toda costa, en base a la defensa de los intereses que esa Derecha persigue, y se aprovecha del momento que es la necesidad económica-consumista del hombre de hoy.
La objetividad histórica e historiográfica parece imposible y una lucha titánica, pero el intelectual e investigador no puede traicionar a la ciencia, pues si lo hace se traiciona a sí mismo. Ninguna ciencia puede estar al servicio de los que falsean los hechos, pues no sería ciencia, y la Historia y la Historiografía lo son, y la mejor forma de mantener dicha objetividad es abstenerse de esos intereses malsanos que obnubilan su quehacer. Desde las víctimas de la historia es que se puede reconstruir un verdadero discurso objetivo, si queremos. Ya lo han dicho otros, y desde acá lo reafirmamos.