“LES TRANSMITÍ… LO QUE A MI VEZ RECIBÍ”

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Miguel Marte

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los me apareció también a mí. (1Corintios 15, 1-11)

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Es el comienzo del capítulo 15 de la Primera carta a los corintios. Un texto que recoge lo central de nuestra fe: Jesucristo es el evangelio -la buena noticia- del Padre. Esa buena noticia consiste en que si vivimos y morimos como Jesús, resucitaremos como él. El fin de la proclamación del Kerygma, la muerte y resurrección de Jesucristo- es para que sus seguidores vivamos como él, con la esperanza de que resucitaremos como él. De hecho, este texto recoge una de las formas más antiguas del anuncio cristiano. El credo de la Iglesia en su momento más germinal.

El motivo de lo expuesto aquí por el apóstol es que algunos de la comunidad de Corinto negaban la resurrección de los muertos. Pablo les hace ver que la fe en la resurrección es esencial para la fe cristiana: “les recuerdo, hermanos, el evangelio que les anuncié”. Como ya he dicho, ese evangelio es la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesucristo, de la cual estamos llamados a participar todos los bautizados. Pablo, de una manera enérgica, quiere que los corintios recuerden algo que ya habían oído, como cuando el maestro insiste a sus alumnos que recuerden la enseñanza impartida en el pasado. La insistencia en poner plena atención a lo que nuevamente se les va a enseñar porque ese mensaje es el fundamento de toda su existencia cristiana. El propio Pablo ya había recibido esa enseñanza: “Les transmití… lo que a mi vez recibí”.

Con esas últimas palabras el apóstol invita a los Corintios a no ver su mensaje como un asunto propio, inventado por él, sino como una enseñanza de la Iglesia. Cuando Pablo tuvo su experiencia de conversión y se dispuso para la misión ya existían unas “fórmulas kerygmáticas”, esto es, unos contenidos propios de la predicación del misterio cristiano. Existía una tradición oral, a la cual Pablo sabe que debe sumarse y exponer de la forma más clara posible. Antes de que aparecieran los primeros escritos neotestamentarios -recordemos que el primer escrito del Nuevo Testamento se lo debemos precisamente a Pablo, la Primera carta a los tesalonicenses- ya el mensaje circulaba de manera oral en diversos sectores de la Palestina de entonces. Anunciar y transmitir son dos categorías claves en ese proceso.

Pablo les recuerda que quien recibe el Evangelio, a Jesucristo, se salvará. Recibir a Jesucristo es recibir el Espíritu de Cristo resucitado que transforma la vida de la persona, poniéndola a vivir como vivió el mismo Jesús. En tal sentido, la experiencia de la resurrección consiste en que Jesucristo, por su Espíritu, penetra en la vida de la persona haciéndola vivir como él mismo vivió: entregándose sin reserva a los demás. Por consiguiente, la salvación consiste en ser desprendido de la búsqueda de uno mismo para ponerse a disposición de los demás.

Pongamos especial atención a la expresión “porque lo primero que yo os transmití”. Lo que viene a continuación debe ser considerado como corazón y médula del Evangelio: Cristo murió… Cristo resucitó. Interesante que ya aquí Cristo aparezca como nombre y no como la función de una persona. Recordemos que Cristo es la traducción griega del hebreo Mesías, que no designa un nombre propio, sino la “característica funcional” de alguien: el ungido. Aquí persona y oficio se identifican. Jesús no puede ser otro que el Mesías esperado. De él se dice que Murió, aunque no se dice la forma como murió. Y se dice la razón: por nuestros pecados.

Un último detalle. La expresión “al tercer día” referido a la resurrección no pretende ser un indicativo temporal, sino teológico. “Al tercer día” es una categoría teológica para indicar el tiempo preciso en que Dios interviene para salvar. Véase al respecto Oseas 6,2.