De Guananico a la tumba de Mons. Romero 

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-Yamira Francisco 

Era un avión cargado de sueños que se hicieron realidad desde el primer día que pisamos tierra salvadoreña para hacer “La Ruta Misionera Monseñor Romero.”

Tras ocho meses de preparación y la confirmación de 46 boletos aéreos, partimos llenos de emoción, acompañados por los padres Kiwi Bernardo López y Lucas Núñez, quienes se integraron como dos rondallistas más. Desde Cleveland y Miami, dos compañeras se unieron a nosotros en el aeropuerto de San Salvador.

Nuestro recorrido inició con la visita a la Iglesia y Hospital Divina Providencia, donde Monseñor Romero fue asesinado. Allí, descubrimos su vida de servicio, siempre al lado de los enfermos de cáncer, acogiendo a quienes el sistema oprimía. Tuvimos el privilegio de cantar en ese lugar, en su memoria y para alentar a los pacientes.

Nuestro viaje a El Salvador fue un recorrido por la memoria y el testimonio de un pueblo resiliente. En la iglesia El Rosario, nos estremeció el recuerdo de los 21 ciudadanos masacrados el 29 de octubre de 1979, un vestigio doloroso de su historia.

La visita a la Cripta de Monseñor Romero fue un momento cumbre. Ahí estábamos 46 rondallistas entre rezos, lágrimas y cantos, uniendo nuestras voces y emociones en homenaje a quien sembró esperanza y justicia. La solemnidad de ese instante marcó profundamente a nuestra Gran Familia que Canta.

Fuimos recibidos en el Centro Monseñor, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), donde seis jesuitas y dos colaboradoras fueron brutalmente asesinados el 16 de noviembre de 1989. Este espacio mantiene viva la memoria de la guerra civil y subraya la importancia de los derechos humanos para forjar una sociedad justa. El recorrido, impregnado del legado de Monseñor, reafirmó la convicción de seguir cultivando los valores de nuestros mártires.

En un emotivo gesto, ofrecimos una ofrenda floral, cantamos en su memoria y entregamos una bufanda en símbolo de gratitud por preservar su legado.

El Salvador nos abrazó en cada mirada, cada gesto y cada palabra. Recorrimos sus calles, impregnadas del espíritu de Romeriano, y constatamos que la semilla de esperanza que él plantó sigue germinando en un aire nuevo, uno de libertad y fe.

Hoy, agradecemos al Señor por habernos permitido vivir y sentir el Salvador de San Óscar Arnulfo Romero.