Continuamos viendo espantados cómo la brutalidad del Imperio Romano permanece vigente más de veinte siglos después. Estamos asistiendo a la continuidad, en la forma y el fondo, de la persecución, maltratos y martirio de los cristianos tal como las contienen Las Actas de los Mártires, donde vienen narrados los recuerdos de los primeros cristianos heroicos que morían defendiendo la fe.
El asesinato en Chiapas del jovial, solidario y encarnado en su pueblo, el padre Marcelo Pérez, nos dice que ciertamente hemos avanzado en años, en tecnología, en estructuras arquitectónicas; hemos conocido el universo e inventado la Inteligencia Artificial, sin embargo, no hemos crecido suficientemente en humanidad, fraternidad, solidaridad ni empatía.
A pesar de un mundo interconectado y con miles de universidades que forman ciudadanos e impulsan el desarrollo, hay personas que optan por el desorden, la trata de personas, invertir en fondos oscuros, comercializar con sustancias prohibidas, desestabilizar economías, países enteros y, al parecer, con eso ganan.
Jesús, durante su vida terrena, quiso que los seres humanos creáramos fraternidad: “La paz les dejo, mi paz les doy, no se la doy como se la da el mundo” (Jn 14,27). Nos quiso unir todavía más y dijo: “Cuando vayan a orar digan: ‘Padre nuestro’” (Mt 6,9), haciéndonos a todos hermanos. Un ideal sumamente alto y noble.
Cada vez que la sangre de un hermano cae sobre la tierra, la voz de Dios vuelve a retumbar con la misma intensidad: “¿Caín, dónde está tu hermano Abel?” (Gn 4,9).
No hay excusas, Dios pregunta directamente, a personas concretas, con nombre, apellido y hechos. Nada se oculta a su presencia: “Todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de darle cuenta” (Hb 4,13).
La cantidad de guerras por todas partes, secuestros, asesinatos, traiciones, nos hablan de la peor parte de la humanidad. Nos baja la nota y, sin embargo, sabemos que todo ese mal es menor que todo el bien que conduce y sostiene el mundo y la bondad de millones de seres humanos que, cada día, se levantan a dejar huellas de amor tras sus pasos.
Es lo que hacía el padre Marcelo en Chiapas y, a pesar de ello, un desarmado le arrebató la vida, dejando huérfano a tantos para quienes él era su padre; mudos a tantos para quienes él era su voz; indefensos a tantos para quienes él era su fortaleza, su muralla y sostén. Callaron la voz del mediador, y es que “cuando no gusta el mensaje, se mata al mensajero”, pero para los cristianos, desde los orígenes, la “sangre de mártires, es semilla de cristianos”, contradictoriamente, es fuente de esperanza.
El bien siempre es mayor. Hoy, el Padre Marcelo será un mártir de la verdad, del cuidado a los pequeños, de la defensa de los más desamparados, de la justicia, de la denuncia de las cosas mal hechas, pero para su pueblo, él nunca se irá, nunca morirá, porque se multiplicará en la tierra fértil de su gente para que germine el bien, la fe y su testimonio, sobre todo en aquellos que, después de los disparos que cegaron su vida, volvieron a sentir la sensación del Primer Viernes Santo a las tres de la tarde.
Mientras concluía estas letras, una persona de mi entorno me remitió este mensaje:
“Jodie Foster dijo una vez: ‘No, amigos. No sean tan inocentes. A los que hacen cosas malas no siempre les va mal. A muchos les va a ir bien. Los vas a ver triunfar. Los vas a ver quedarse con la mejor parte de todo. Y ese es el mundo real. Pero si esto les sirve de consuelo, puedo decirles que he visto muchos malvados exitosos… pero nunca en paz’”.