Manuel Maza, S.J.

   Tendemos a querer manipularlo todo según nuestros intereses. Por sublime que sea la realidad que toquemos, ya sea la religión, la patria, el matrimonio o los impuestos, la convertimos en un ídolo a nuestra imagen y semejanza.

  En Marcos 12, 28 a 34, un escriba quiere enredar a Jesús con una preguntica religiosa: ¿cuál es el primer mandamiento? ¡Había decenas de mandamientos!, ¿cómo escoger el primero de la lista? Jesús responde con una cita incontrovertible: “El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.”

  Jesús nos enseña: solamente hay un Dios que merece ser adorado con todo nuestro ser. Si repartimos nuestra adoración entre varios dioses, nos desintegraremos como personas y como sociedad. Idolatramos nuestros intereses y esquemas. Pero esa idolatría nos destruye a nosotros y todas las formas de convivencia, porque si nos metemos a fabricantes de dioses, acabaremos llamando “justo” a lo que nos convenga. En adelante, ¿quién podrá fiarse de nosotros?

   Pero Jesús va más lejos. Añade lo que no le preguntaron: “El segundo [mandamiento] es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.”  Al unir el amor de Dios y el del prójimo, Jesús nos ofrece la cura para todo fanatismo, especialmente el religioso. Nos enseña: — adorarás al Dios único y verdadero, siempre que tu amor a ese Dios vaya acompañado de un amor al prójimo como a ti mismo–.

Jesús de Nazaret ha constituido el bien del prójimo como el criterio clave para saber si estamos adorando al Dios verdadero.

Vivimos asediados por ofertas religiosas idolátricas y por ateos fervorosos. A la hora de escoger, no preguntemos por sus dioses, preguntemos por sus prójimos.

Pie de ilustración.

“No hay mandamiento mayor que estos”.