El mes de noviembre nuestra Iglesia lo dedica, desde hace mucho, a la familia y a las vocaciones. Ya es tradicional entre nosotros la actividad de “Un paso por mi Familia”, que se tiene el último domingo del año litúrgico o Domingo de Cristo Rey, donde como Iglesia decimos que creemos en la familia, la apoyamos y la defendemos como primera instancia comunitaria del ser humano y primera Iglesia en donde comenzamos a dar pasos con el Señor.

Como decíamos, también noviembre es dedicado a las vocaciones: orar, colaborar y promover las vocaciones sacerdotales y religiosas en nuestra Iglesia, y este año el panorama vocacional no pinta a bueno. 

Para nadie es un secreto que estamos inmersos en una gran crisis vocacional a este nivel. Son pocos los candidatos al Seminario, muchos están vacíos y la motivación juvenil en esto brilla por su ausencia. Se sospechaba que algo así podría pasar, con la disminución de los nacimientos y con el auge de la sociedad secular, pero no se esperaba tanto. Sin embargo, todavía hay algunos jóvenes que valientemente rompen el muro de la indiferencia ante la fe y se lanzan hacia un Señor que siempre llama y está llamando, aunque sean pocas las respuestas.

Familia y vocación van de la mano. Ya algunos Pontífices anteriores al actual Papa hablaban de ello. Un hogar o familia cristiana es semillero de vocación, pues el testimonio más inmediato que un joven tiene para abrir su corazón al Señor, es la fe auténtica y testimonial que ve en su padre y en su madre. 

La familia como escuela y comunidad de fe, va formando a todos sus miembros, en especial a los hijos, para que la gracia de Dios venga a ellos y sea terreno en el cual el Señor pueda cosechar múltiples y abundantes vocaciones, a todos los niveles, para su Iglesia.

Sabemos que esta falta de formación en la familia no es la única causa para el declive vocacional que vivimos, pero es importante tomarla en cuenta. Está también el testimonio sacerdotal de los últimos tiempos, con el escándalo de la pederastia, frente a ello algunos papás ante la iniciativa del hijo ir al Seminario, ellos son los primeros en oponerse. No se oponen a la vida de fe, pero sí a dicha opción, y es algo triste y lamentable, pues esa basura que tomó a la Iglesia y el sacerdocio como vehículo para la realización de su tendencia enferma, hoy como anuncio diabólico, influye para impedir el apoyo y promoción vocacional en la sociedad y en nuestras comunidades.

Pero me parece que hay algo mayor en cuanto a las vocaciones, que se da en el mundo de hoy y nos afecta grandemente a todos los niveles, y es el individualismo rampante que se vive hoy, pues solo se piensa en uno y nada más, los otros no tienen cabida. Nada de sacrificio por él otro, y menos por ese otro trascendente que es Dios, una mentalidad que conlleva una vivencia placentera-hedonista hasta el extremo, con auspicio de adicciones y vicios, con propaganda de lo sensual y sexual, como lo más básico de la vida y más, y una a eso la mentalidad de competencia, ansias de tener, de poder y de fama que se promueve a cada instante hoy.  

Pero a pesar de todo esto expongamos sin miedo todo el atractivo y la hermosura que tiene, el negar toda esa mentalidad mundana y abrirse y entregarse a los horizontes nuevos y verdaderamente realizadores a los que nos llama nuestro Señor y Dios.