DESDE MIAMI

por Eduardo M. Barrios, S.J.

Hay muchos temas de interés para los ciudadanos de los Estados Unidos, y todos encaminados a ofrecer una mejor calidad de VIDA, tales como la inmigración legal y segura, la educación, los servicios médicos, el precio de medicinas y alimentos, la paz nacional e internacional, la vivienda, y el comercio, entre otros.

Sin embargo, las campañas electorales para los comicios del 5 de noviembre con miras a conquistar la Casa Blanca se centran demasiado en un tema de MUERTE, el aborto.

Se discute mucho sobre qué derechos tiene el infante que se gesta en el seno materno. En los extremos se sitúan quienes afirman que el derecho de nacer se adquiere en el momento de la concepción, y en el otro extremo que ese derecho no existe ni en el noveno mes.  Pero todos saben que el aborto mata a un ser viviente que crece dentro de su madre. ¿Es un algo o un alguien?

El furor por defender el aborto a capa y espada recuerda un poco la obsesión nazista por buscar judíos para deportarlos a Auschwitz u otros campos de exterminio. Entre 1939 y 1945 los nazis de Hitler ejecutaron a unos seis millones de seres humanos entre judíos, gitanos y cristianos opositores. Ese genocidio palidece cuando se compara con los más de cincuenta millones de bebés abortados anualmente a nivel mundial.

Muchas personas toman el aborto a la ligera por no haber visualizado bien la crueldad de esa práctica.

Para las primeras semanas del embarazo se suelen prescribir productos químicos en forma de pastilla, más algunas prostaglandinas. Hay riesgos serios para la madre. Para el embrión humano significa una muerte segura, que se padece en medio de atroces dolores. A partir de la décima sexta semana del embarazo se suele acudir a la inyección salina; ésta le quema la piel al embrión y le produce la muerte por envenenamiento y hemorragias.

      Después de unas ocho semanas el aborto se practica como cirugía. Una se llama por succión, que se parece a las aspiradoras de basura. Otras cirugías implican instrumentos cortantes que destrozan y desmiembran al torturado nonato; a veces hay que apretar la cabeza hasta triturar el cráneo.

El método más chocante es el de la cesárea; el bebé nace vivo, y se le deja agonizar por horas hasta que expira y lo echan en el basurero de la clínica de “salud reproductiva”. ¡Vaya salud! Genera muerte.

El embarazo no debe considerarse una enfermedad por curar. La mayoría de los embarazos indeseados se deben al mal uso del libre albedrío; hay que cuidarse. También hay embarazos dramáticos, los causados por acciones criminales como el estupro y el incesto. Se comprende que la víctima piense espontáneamente en abortar, pero no hay que aprobarlo. Siempre aparecen matrimonios generosos, sin hijos o con hijos, dispuestos a salvar bebés por vía de adopción.

Las clínicas advierten a las madres que el aborto tiene riesgos para la salud física de ellas. Pero no las alertan sobre el daño psicológico. Por parte del personal médico se comete un infanticio, y por parte de los progenitores de esa criatura humana se comete un crimen peor, el filicidio.

Con frecuencia la embarazada que abortó en su juventud, luego contempla el hecho con una conciencia moral mejor formada. Si es de fe católica, acudirá al confesonario en busca del perdón divino. El confesor le dice que tiene facultades para absolver ese pecado y que no tiene que volverlo a confesar. Pero ella se confiesa de lo mismo una y otra vez, porque piensa que su crimen no tiene perdón de Dios.

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