El proyecto Salvífico de Dios 

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En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén… Hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas… En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: ”Así habla Ciro, rey de Persia: “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quién de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”. (Segundo libro de las crónicas 36,14-16; 19-23)

Israel siempre leyó su historia en clave teológica. Una muestra clara nos la aporta nuestro texto. Tres notas destacan: el pecado del pueblo acarrea catástrofe; el mal que les acaece es provocado por Dios; lo mismo que la posterior liberación. Tenemos, entonces: pecado, castigo y salvación. Tres categorías que articularán los desarrollos teológicos del Antiguo Testamento. 

El pecado del pueblo. Estamos en el capítulo 36 del Segundo libro de las crónicas. Como su nombre lo indica, pretende hacernos la crónica -desde la clave de interpretación profética- de los acontecimientos que marcaron la historia del pueblo de Dios desde la creación hasta la deportación a Babilonia. Este es el último capítulo de su relato. En los trece versículos antecedentes -nuestro texto comienza en el versículo 14- recoge la historia de cuatro reyes que, según el autor, “hicieron lo malo a los ojos de Dios”. Se trata de una fórmula típica para decir que no se dejaron llevar por la voluntad de Dios y quebrantaron lo establecido en la alianza, especialmente el primer mandamiento: tener como único Dios a Yahvé. La consecuencia de su comportamiento es lo que nos cuenta el texto que se nos ofrece hoy. Para el autor, la invasión de Judá por parte de los babilonios, con su consecuente destrucción del templo, la devastación de Jerusalén y el exilio a Babilonia, han sido el resultado de la infidelidad del pueblo y sus dirigentes.

“Hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo”. Con esa afirmación el autor quiere dejar claro que Dios ha permitido el castigo infringido por los Babilonios. Dos asuntos se quiere poner en evidencia al respecto: el destierro es castigo de Dios por el mal comportamiento del pueblo y sus dirigentes; segundo, todo lo que sucede en la historia es obra de Dios, tanto lo bueno como lo malo. De esta manera se pone en evidencia la unicidad de Dios, no hay otro Dios fuera de él. El Dios de Israel es el Señor de la historia. Todo lo que sucede a lo largo de la misma es obra de sus manos. De esa manera se va imponiendo el monoteísmo (la existencia de un solo Dios) en la historia de la humanidad. Nada de lo que sucede en la historia es fruto del azar, tiene como origen las decisiones del ser humano y la fidelidad de Dios a su alianza.

El mismo Dios que permite la enfermedad es quien da la cura. De eso nos habla la tercera parte de nuestro texto. Dios se vale de un rey extranjero, Ciro, de origen Persa, para dar la salvación a su pueblo. Lo importante aquí es que al final prevalece la salvación sobre la condenación. La última palabra no la tiene ni el pecado ni la condena del pecador, sino la salvación otorgada por Dios sin importar el medio que tenga que utilizar. Hermosa y esperanzadora manera de cerrar la historia de la salvación. Hemos de recordar, al respecto, que el canon de la Biblia hebrea se cierra precisamente con este capítulo del Segundo libro de las crónicas. En cuanto al canon de la Biblia cristiana el asunto es distinto. En el texto del evangelio de hoy la acción salvífica de Dios se prolonga con la venida de Jesucristo. El amor de Dios por el mundo es tan grande que para salvarlo no le importó entregar a su Hijo único para que todo el que crea en él alcance la plenitud de la vida. Queda claro que el proyecto salvífico de Dios es más fuerte que la culpa de los humanos.