Cuando en el núcleo familiar hay una persona con discapacidad, esto no implica que tengamos que dejar o descuidar al discapacitado.
El doctor David Henry no pudo borrar de su corazón lo que su infancia había dejado en él: pobreza, preocupación y luto. La enfermedad de su hermana, que murió prematuramente, mantuvo a su familia en la pobreza.
David era excepcionalmente talentoso. Se convirtió en un destacado cirujano. Le estaba yendo bien. Pronto formó una familia y un año después estaba esperando el nacimiento de su hijo. Nacieron gemelos. El primer hijo, que nació, resultó estar completamente sano. Cuando apareció hija, el médico notó inmediatamente que tenía síndrome de Down.
Recordando la historia de su hermana quiso llevar de inmediato a la niña a un orfanato para discapacitados y así ahorrar a su esposa sufrimiento, pero finalmente la entregó en secreto a su enfermera, Caroline Gill. Caroline dejó su trabajo y se mudó de Lexington con la discapacitada Phoebe.
Mientras el Dr. David, de inmediato se dio cuenta, que, aunque vivían ricos y cómodos, pero como en una prisión, con una gran tristeza y remordimiento de conciencia y en un gran vacío.
Caroline Gill se estaba convirtiendo en una auténtica leona y estaba llena de felicidad. Consiguió un buen trabajo, se casó exitosamente con un esposo que la amaba y apoyaba en todo. Eso le dio la fuerza para luchar por la igualdad de los discapacitados y fundar la Asociación de Ayuda a Niños con Síndrome de Down.
Todos los días miraba a la discapacitada Phoebe y veía a una niña que quiere aprender y quiere tener amigos, quiere ser igual que los otros y cuando camina en la calle que nadie le voltee su cara para no mirarla, porque le daba pena.
Caroline, en su lucha logró la aprobación para los discapacitados de estudiar en la escuela con niños sanos y de esta manera tener para su hija adoptiva un amplio contacto con la gente.
Así levantaba en su hija discapacitada la autoestima y hacía crecer a Phoebe. Y cuando cumplió veinte años, su madre adoptiva, Caroline Gill la presentó a su padre y después de su muerte, a su madre, la cual no sabía de su existencia, ya que le dijeron que murió en el parto.
Tenemos un dicho: Cuando hay necesidad, Dios envía a su Ángel. La pobre Phoebe tuvo tal ángel en la persona de Caroline Gill. Ojalá que haya en cada esquina de nuestro país tales ángeles protectores para los que están discapacitados y sin ninguna fuerza ni poder.
Visita a un Hogar de Esperanza con tales características, que se encuentra en tu entorno.
Santos ángeles, sin vuestra presencia luminosa, el mundo estaría sumergido en la vida terrenal con la oscuridad del cálculo, entre los miedos y preocupaciones innecesarios e incapacidad para afrontar penurias y sacrificios en nombre del amor verdadero.
Enséñennos a ver lo que debemos hacer, porque eso trae verdadera felicidad y santificación. Amén.