Habló Job diciendo: “El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha. (Job 7, 1-4.6-7)
He aquí a un hombre decepcionado ante la vida y sus dolores. Tres imágenes describen la amargura que padece y que niegan el disfrute de la vida: un soldado obligado a su servicio, un jornalero que repasa sus días sin horizonte o un esclavo forzado a trabajar. Una vida sin luz y sin esperanza, vivida a empujones, renegando de la misma. Noches muy largas, de insomnio y fatiga, y días demasiado cortos es la experiencia de quien vive sumergido en la oscuridad. La vida experimentada como un soplo y la negación de toda dicha expresan el fracaso total. Una existencia sin sentido. Eso es lo que envuelve a Job. Estamos en una sección del libro que lleva su nombre donde predominan los “¿por qué?”. Cuando la vida se agota sin que florezca la esperanza se está en una especie de muerte en vida. Y los “¿por qué?” abundan. Es lo que pasa con nuestro personaje, quien llega incluso a maldecir el día en que nació, deseando que hubiera desaparecido del calendario.
A este Job derrotado la vida se le ha vuelto amargura y sollozo. Ansía la muerte más que un tesoro. Toda la vida se le ha vuelto tiniebla y sus días “se consumen sin esperanza”. Nada de fortaleza personal, nada de deseo de vivir, no ve atisbo de mejoría y considera la propia muerte como un consuelo. Es un hombre al que la existencia se le ha vuelto absurda. Nada de aquella teología tradicional donde Dios aparece como creador y padre misericordioso está presente en su reflexión. Esos malos pensamientos de Job aparecen a lo largo de todo el libro. Su autor es enemigo un acérrimo de las teologías edulcoradas. A él le importa la vida y sus tragedias.
Para él, la vida no pasa de ser un soplo. Tan breve e insustancial que mejor hubiera sido no haber nacido. Como el viento arrastra la nube, así el tiempo hace desaparecer la vida. Corto de días y abarrotado de inquietudes, el hombre se vuelve interrogante para sí mismo. La vida, pensará ese Job desesperanzado, se nos ha “vendido” como el valor supremo, pero en la práctica se experimenta su fugacidad inevitable. ¿Será que Dios en verdad se toma en serio la existencia de un ser tan frágil y efímero? Será una de las preguntas que no cesará de hacerse nuestro personaje. En sus labios, en otra parte del libro, aparece una frase de un dramatismo impresionante: “Pasan mis días, fracasan mis planes y los afanes de mi corazón”. Es un hombre que nada espera, que vislumbra el abismo como su casa.
Sin duda que ese Job es el portavoz de todos esos seres humanos dolientes, que en todo momento sospechan del valor de la vida y la existencia de Dios. La rebeldía y la búsqueda suelen ser sus actitudes predominantes. ¿De verdad están equivocados en su manera de pensar? Job es el digno representante de esos hombre y mujeres que se les hace difícil creer, que no le encuentran sentido a su existencia y deciden deshacerse de ella. Job les presta su voz a todos ellos. Ateos y blasfemos pueden ver en él a su “santo patrón”. También aquellos que padecen el mal y la crueldad pueden ver en él a su mejor representante. Su grito es también el grito del inocente que es víctima del dolor que le acaece, o del justo sufriente que sin saber por qué. Sin embargo, llegará un momento en que ese mismo Job nos revelará una intuición que no debemos pasar por alto: esa existencia humana, efímera y contradictoria, es un enigma que nos remite al misterio de Dios. Por eso Job en medio de sus rabietas y gritos de dolor no deja de recordar a Dios, sea para bien o para mal.
Reconoce Job que solo Dios puede ayudar a dar respuesta a las preguntas gruesas de la vida. Las preguntas no desaparecen, no pueden desaparecer. Será una lucha permanente con el enigma del mal y con el misterio de Dios. Preguntas que desde Dios se pueden abordar con esperanza, aunque nunca con la certeza de alcanzar respuesta. Un día será nuestro último día y las preguntas seguramente se irán con nosotros. ¿Alcanzaremos respuestas en un más allá trascendente?