Cada día nos comprometemos a acoger a los pobres, pero esto no basta. Un río de pobreza atraviesa nuestras ciudades y se hace cada vez más grande hasta desbordarse; ese río parece arrastrarnos, tanto que el grito de nuestros hermanos y hermanas que piden ayuda, apoyo y solidaridad se hace cada vez más fuerte.
Estas palabras, que están contenidas en el mensaje del Papa Francisco con motivo de la Séptima Jornada Mundial de los Pobres, parecen haberse escrito para nuestro pueblo, tomando en cuenta la triste y dolorosa situación que están viviendo tantas familias como resultado de los más de 300 milímetros de lluvia, a causa del disturbio tropical en la semana pasada.
Hay llanto y tristeza por las personas fallecidas. Hay incertidumbre por aquellos hermanos que lo perdieron todo, y que están a la intemperie.
Estos hermanos nuestros vienen a sumarse a la lista de damnificados que van quedando cada vez que llegan estos fenómenos naturales, dejando al descubierto la miseria y el abandono en que viven.
Es hora de actuar, dejando atrás las discusiones inútiles. Cada minuto que se pierde buscando culpables por lo ocurrido en algunas construcciones es un tiempo que se resta a la solidaridad.
Fomentemos la unidad por encima de los intereses políticos. El país lo necesita. Vayamos en auxilio de quienes hoy pasan por momentos difíciles.