Jimmy
Rachela nació después de la Segunda Guerra Mundial. Su abuelo le habló mucho sobre el país recién fundado, Israel. ¨Allí por fin estaremos en casa, por ahora, aquí en Rusia, nuestra patria es la familia¨. Ella lo amaba y apreciaba por su sabiduría y bondad. De él aprendió a ser una judía piadosa, a prepararse para el matrimonio y la caridad. Cuando murió su abuelo, ella ya estaba terminando pediatría. Poco después se abrieron las fronteras de Rusia y muchos de esta familia abandonaron el país. Ella permaneció allí unos años más para adquirir práctica médica. Finalmente, llegó el momento de partir hacia Israel.
“Ayer tuve un paciente”, anunció a sus colegas el joven médico que vino de Rusia a Israel hace cinco años. Fue un excelente orador. Contó una gran historia. Sabía cómo mantener la conversación con alguna broma. Cuando entonó sus palabras “Una vez tuve una paciente, a decir verdad, ella no vino a verme. Sólo me la enviaron sus secretarias, que ya estaban hartas de sus correos. Mi evaluación fue que ella sufre de manía de persecución. Se repatrió hace tres meses y es una pediatra”. Inmediatamente se dio cuenta de que aquí no se haría la notificación y decidió sobornar a un funcionario del Ministerio de Salud.
– Eso es lógico – señaló Rywka – ¿Por qué crees que está loca?
-Un funcionario del Ministerio de Salud no pudo ayudarla, y no me sorprende en absoluto, porque la comisión tiene unos examinadores terribles, mucho más estrictos que los de la Comisión Central de Calificación de Moscú.
– La paciente afirma que llevaba veintisiete mil shekels en su bolso y que, después de salir del Ministerio de Salud, se subió a un taxi y, distraída, dejó en el taxi el bolso con el dinero y los documentos. Sin embargo, creo que el dinero, el empleado, la bolsa que quedó en el taxi son sólo producto de la enfermiza imaginación de esta mujer.
– ¿Y qué le hiciste?
– Le expliqué que estaba enferma y necesitaba reposo y tratamiento farmacológico.
Dos días después, el joven médico recibió dos noticias: un honesto taxista anunció por radio que una joven recién repatriada de Rusia había dejado una bolsa con dinero y documentos en su taxi. Luego, supo que esa mañana una joven recién llegada de Rusia, había muerto en un banco del parque por convulsiones y un ataque cardíaco (ver D. Rubina, ¡El Mesías ya viene!, Varsovia 2006, págs. 21-23. 164-177).
Todo esto se podría haber evitado fácilmente con un poco de cuidado, empatía y amabilidad por parte del médico.
Dios, danos ojos capaces de ver a las personas sumergidas en el sufrimiento, oídos abiertos al más mínimo suspiro y un corazón que se compadezca de la miseria humana. Que nuestro ángel de la guarda, nos proteja de todo mal, para que, podamos llegar con seguridad a las puertas del Reino de los Cielos. Amén