Miguel Marte
Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos. (Isaías 5, 1-7)
La imagen de la viña es una de las más queridas por los autores bíblicos para referirse al pueblo de Israel en su relación con Dios. Israel es la viña del Señor. Así lo dice el salmo. En el día de hoy nos encontramos con un “canto de amor” a la viña. Es un canto al amor decepcionado puesto que a pesar del esmero puesto por el dueño para que le diera buenos frutos, la producción ha sido decepcionante. Quien canta es un amigo del dueño de la viña que ha sido testigo de la decepcionada esperanza experimentada por su amigo.
Estamos ante una alegoría. La viña es el pueblo de Israel y el viñador es Dios, quien ha cuidado, guiado y educado a su pueblo, pero este se ha comportado contrario a las enseñanzas recibidas. En vez de dar frutos de justicia práctica y honradez, ha producido todo lo contrario. Dios se ha visto decepcionado en su amor. El mismo Dios escucha los gritos de los desamparados que claman al cielo (los lamentos aparecerán inmediatamente después del texto que estamos comentando, serán siete lamentos recogidos en Is 5, 8-23 donde se denuncia la injusticia, el acaparamiento económico y la corrupción moral y religiosa). Israel (en este caso Judá) ha traicionado su vocación a ser luz de las naciones, signo del orden justo querido por Dios. Por eso será entregado al juicio divino.
Vamos a los detalles. En este canto de amor a la viña el amigo describe cinco acciones realizadas por su amigo, el dueño de la viña: La entrecavó, la descantó, plantó buenas cepas, construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó. He ahí la virtud del sembrador: esperar a que el trabajo prolongado, cuidadoso y fatigoso dé buenos resultados (tres veces aparece el verbo esperar en el canto); pero ¡oh decepción! El pueblo que estaba llamado a repartir amor y justicia, tal como lo había recibido del mismo Dios produce uvas agrias de opresión, violencia y sangre. En vez de cosechar lo que sembró (derecho y justicia) cultiva los alaridos lacerantes de un pueblo oprimido por la ambición de algunos. El amor de Dios no ha sido correspondido por su pueblo. Estamos ante un fracaso amoroso de Dios.
La violación de los derechos humanos tiene en su raíz la negación del amor de Dios recibido. La ingratitud y la ceguera se adueñan de aquellos que son incapaces de reconocer que lo que tienen le ha sido dado por el mismo Dios. ¿Qué se espera que haga el viñador con esa viña a la que dedicó todo su esfuerzo y esmero? ¿Qué esperar de Dios para con el ser humano que se cierra a la posibilidad de hacer el bien habiendo recibido de Dios todos los elementos para que lo haga? ¿Qué puede hacer Dios con el ser humano que no sintoniza ni con él ni con los otros humanos? Nuestro canto de amor termina en elegía, lloro y juicio. Lo que pudo haber sido motivo de fiesta termina siendo un canto de frustración, tanto para Dios como para su pueblo. Los acontecimientos que se narrarán en los capítulos siguientes de este libro profético así nos lo mostrarán.
¿Y qué decir de nosotros a la luz de este texto bíblico? Dios abriga esperanza en todo ser humano. Es esa una de las cosas más hermosas que se dicen en la Biblia sobre el hombre y la mujer. Dios espera lo mejor de nosotros. Nos cuida, nos guía, nos orienta, y todo ello porque confía en el caudal de posibilidades que se oculta en nuestro interior. La invitación a dar frutos de amor y de justicia que el profeta hace al pueblo a través de esta parábola y sus consecuencias, nos la hace también a nosotros: cada ser humano debe responder a las expectativas que Dios tiene sobre él, ser fecundos en la vida, dando frutos de bondad y de justicia. Dios sabe que contamos con los insumos para que eso sea así, hemos salido de sus manos amorosas.