Llamada abierta y universalista 

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Así dice el Señor: “Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar, y se va a revelar mi victoria. A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin profanarlo y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los pueblos.” (Isaías 56,1.6-7)

Un texto universalista. Escrito en una época en que “la cuestión de qué es Israel y quién pertenece a él es cada vez más acuciante” (R. Kessler). Es el inicio de la tercera parte del libro del profeta Isaías. A esta sección, que abarca Is 56-66 se le suele llamar Trito-Isaías o Tercer Isaías. Se trata de la obra de un autor anónimo posterior al regreso del exilio de Babilonia, quien se presenta en su mensaje como profeta de consolación y de perspectiva universal. Para algunos especialistas puede ser considerado el más importante entre los profetas posexílicos.

Esa mirada abierta y universalista es evidente en el texto que nos ocupa. Nos remite a un “culto universal”, a la promesa de una “salvación sin fronteras” a “acogida de los extranjeros”. “A los extranjeros que se han dado al Señor” les estará abierta la puerta de la casa de Dios para que lleguen a rendirle tributo.  “Los alegraré en mi casa de oración”, pone el profeta en labios del propio Dios. Esos “extranjeros” posiblemente sean los exiliados o sus descendientes que han regresado a Jerusalén con el peligro de ser excluidos o marginados por sus compatriotas que han permanecido en su tierra natal. Los problemas de convivencia son evidentes, de ahí la invitación a “guardar el derecho” y “practicar la justicia”. Dos cosas se le pide a los “extranjeros” para ser insertados en la comunidad judía: guardar el sábado y perseverar en la alianza.

Con su mensaje, el profeta sale al paso de antiguas leyes sagradas discriminatorias, creadoras de muros y castas. Echa por tierra los criterios de pertenencia al pueblo de Dios. Ya no cuenta la pureza étnica ni el origen “abrahamánico” de la persona, sino la justicia y la honradez con que se viva (cumplimiento de la alianza) y la relación con Yahvé (guardar el sábado). La relación con Dios y con el prójimo siempre fue lo primordial para la literatura profética. Todo ser humano que viva de acuerdo a la voluntad de Dios (relación con él y con los demás) es bienvenido, tiene las puertas abiertas. Por encima de la etnia está la ética. Es un salto tremendo en la concepción religiosa de entonces. La elección para formar parte del pueblo de Dios no se basa en criterios étnicos, particularistas, nacionalistas o excluyentes. La ética se impone venga de donde venga. 

He ahí el origen remoto de la idea de dignidad de todo ser humano. A cada uno, sin excepción, Dios se le mostrará cercano y protector. Sin duda que tuvo que ser un mensaje escandaloso para los judíos de aquel siglo V a.C. Según la mentalidad de entonces el extranjero o el judío no puro debía sentirse excluido del pueblo y de la asamblea cultual. Ahora, el Templo de Jerusalén, reservado para los judíos se volverá lugar de encuentro de todos con Dios.

Este texto pretende ser la respuesta del profeta a una pregunta espinosa: ¿Quién pertenece a Israel, al pueblo elegido de Yahvé? La densa población mixta que habitaba Judá exigía que se planteara la pregunta y se diera una respuesta. Mucha gente había llegado allí que no tenía la manera de demostrar su pureza de sangre. Posiblemente este sea el contexto en que nace la genealogía como género literario y herramienta para demostrar la pertenencia al pueblo elegido. ¿Recuerdas, amigo lector, como comienza el evangelista Mateo, varios siglos después, su evangelio?