Los ángeles y los humanos son dos tipos de criaturas que difieren mucho. Los humanos somos mortales y llevamos la marca de la muerte, pero los ángeles son inmortales. Tenemos carne y sangre, los ángeles, como seres espirituales, no poseen carne ni sangre. Los seres humanos, creados como hombres y mujeres, nos guiamos por nuestros instintos humanos. Los ángeles no tienen sexo (Lc 20, 35). Los ángeles no están sujetos a los procesos de crecimiento y envejecimiento, como es el caso del hombre. Los ángeles buenos viven en el cielo y nosotros vivimos en la tierra. Los ángeles son puros y sin pecado mientras que nosotros nacemos con malas tendencias causadas por el pecado original.
Los ángeles giran alrededor de Dios y están ocupados con él todo el tiempo. Cada parte de ellos expresa respeto y adoración hacia Dios, mientras que los humanos todavía estamos preocupados por las personas y las cosas de este mundo. No nos enfocamos en Dios tanto como lo hacen ellos. Aunque los ángeles y los humanos son dos tipos de seres con naturalezas completamente diferentes, contrastantes y que viven en diferentes dimensiones, están destinados a coexistir y adorar juntos a Dios, su Creador y Señor. (comparar, Carta a los Hebreos 12, 22-23).
El “Monte Sión”, en oposición al “Monte Sinaí”, se entiende aquí como la capital espiritual del Reino de Dios, por lo que también se la conoce como “la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial”. Sin duda aquí estamos hablando de la Iglesia de Cristo, que reúne y une a los ángeles y al pueblo en el culto común a Dios, mientras que la asamblea solemne es la liturgia celebrada, que une a los ángeles y al pueblo en el culto a Dios, que incluye y compromete necesariamente tanto a la Iglesia en la tierra como a la Iglesia en el cielo, es decir, a los hombres y a los ángeles. Son afirmaciones de gran importancia para la teología, como señalan los liturgistas. La mayoría de los Padres de la Iglesia subrayan estos sentimientos (San Clemente de Alejandría, Tertoliano, San Juan Crisóstomo).
Alcanzando nuestra meta celestial, según dijo Jesús, seremos como los ángeles (cf. Mt 22,33). Ya no estaremos limitados por el cuerpo, el tiempo y el espacio. Allí no sólo contemplaremos el rostro de Dios, sino también, miraremos a los magníficos ángeles, hablaremos sobre los misterios de Dios, siendo ellos nuestros “hermanos mayores” que con gran esplendor reflejan la semejanza de Dios y manifiestan diversos atributos de su divina gloria. Ellos admirarán sin envidia lo que Jesucristo hizo por nosotros, salvándonos e imprimiendo en nosotros su semejanza.
Santos Ángeles, ayúdennos a seguir los caminos de Dios a través de la vida terrena y alcanzar la felicidad eterna. Amén.