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En los poblados de la sierra dominicana y en las calles de nuestros barrios donde todo el mundo se conoce, se valora a la gente que tiene una sola palabra. En más de una ocasión su juicio e intervención salvan vidas y reputaciones.
Durante más de 30 años me relacioné con campesinos de la Cordillera Central. Los comienzos de año, algunos alquilaban sus mulos para servir en las excursiones que todavía siguen subiendo al Pico Duarte.
Hasta el día de hoy, recuerdo emocionado cómo se ajustaba un precio y se contrataban más de 40 bestias de carga y 20 de monta con un solo apretón de manos mirándose a los ojos: — nos juntamos aquí, el 2 de enero a las seis de la mañana–. ¡Cuántas veces escuché la voz firme de los guías entre el “clic clac” de los mulos, quebrando la quietud y el “friito” de Mata Grande: — ¡Alístense muchachos que aquí están los mulos! –.
Jesús fue un hombre así, de una sola palabra. El Evangelio de hoy nos lo presenta exhortando así a sus discípulos: “Lo que les digo de noche, díganlo en pleno día, y lo que escuchen al oído pregónenlo desde los tejados” (Mateo 10, 26 – 33). El mensaje de Jesús estaba tan lleno de verdad y de luz, que se podía gritar desde los tejados, el punto más alto de aquellos pueblitos de la Galilea del siglo primero.
Necesitamos más honestidad y transparencia entre nosotros. Por un lado, aprobemos cargas fiscales consensuadas, por otro, ajustémonos a una contabilidad tan transparente que se pueda gritar en internet. Usar dos contabilidades destruye al país.
Que todos los funcionarios declaren sus bienes con honestidad serrana y habremos dado un paso hacia la transparencia, base de la justicia y del orden que nos faltan.