El Concierto

L a gente, de gala para un gran concierto y a cual más ufano, director y orquesta

en debut campestre, por motivo incierto. En breves instantes, la primera pieza.

El hombre pasea la mirada adusta

con gesto impecable muestra la batuta. El burro que pasa, se siente aludido eleva una oreja, y en pose marcial

–previo resoplido– prorrumpe vibrante. (¿Tenor o contralto?).

Director y orquesta están aturdidos… Después de un momento

–paliado el mal rato–

el asno cantor reanuda su paso;

sin rubor alguno, continúa el canto: Arias olvidadas y tiernas romanzas, retazos de un himno, canciones…

Y con gran dominio acentuó el vibrato.

A los cuatro vientos repartió sonidos

y en denso programa atronó el espacio.

El Magnate

V a la limusina hediendo los aires. Una gran urgencia. Negocio importante. Al fin se detiene, le abren la puerta:

Con la frente en alto se yergue el magnate.

Triunfador en todo. Prósperas empresas. Muy grandes favores ha hecho al Congreso que le ha procurado la Orden del Mérito

y ya lo han llamado Padre del progreso.

Desde hace algún tiempo

ha experimentado grande desazón: Molestias difusas, no concilia el sueño y saltos muy fuertes le da el corazón.

Tensiones, se dijo. Alergias de oficio…

Múltiples consultas en el extranjero,

pero el hombre sigue hecho un estropicio.

Solo alguien le ha dicho (¡grandísima ofensa!):

“Efectos diversos del constante abuso de algo que otrora llamaban conciencia”.

Cabeza

A quella era la cabeza suma; sólo ella era; lo demás, espuma

No pudo alzarla ni el fornido Atlantes, los recios bíceps de Sansón cedieron; bajo su peso sepultados fueron Argonautas, Goliat y Los Gigantes.

Un limón, a su lado, era la tierra;

el Cosmos, espantado, anunció guerra.

Sólo oía la voz del propietario que yacía de modo temerario de cara al universo, bocarriba.

No por su pie huiría de su contrario: Echábala a rodar, y el resto se iba.

Hidalgo

V ino de la Hispania un cierto “hijodalgo” (que lo era de nada),

y sentó su cátedra de buen preceptor.

“¡Guerra al taparrabo! Yo os traigo sapiencia…”

Y a los cuatro vientos se autoproclamó Mentor de la ciencia. Pero al poco tiempo vio la frustración:

“No son más que ineptos, mentecatos, brutos…

Y allá en nuestra España

¡cuánta ilustración!” Y se iba en suspiros por tierras lejanas por cultura añeja

y civilización.

Y aquí maldecía nuestra extraña pasta culpando de todo

al pobre Colón.

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