Llamados a una lucha interior por la verdad, el bien y la belleza de esta verdad
Hablamos y escribimos de los ángeles, porque representan a Dios y nos han sido dados como mensajeros de su voluntad. Ellos nos protegen, nos inspiran para el bien y enseñan a adorar a Dios. Por lo tanto, si su tarea, dada por el Creador, es el hombre, inclinémonos sobre esta temática nosotros. Esta inclinación la inició el mismo Dios. De modo especial y excepcional se realiza en la persona de Jesucristo y en su misión salvífica, que adquirió su fuerza en la Encarnación. Jesucristo no sólo hace renacer al hombre, sino también le llama a una extraordinaria vocación contenida en las palabras: ¨Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial¨ (Mt 5,48). Aquí, no sólo se expresa la vocación a ser Hijos de Dios, sino también la ambiciosa tarea de la perfección inconmensurable, es decir, a la medida del mismo Dios.
Esta honrosa convocatoria exige del hombre una cuidadosa inserción en todos los rincones del alma, examinando sus luces y sombras, para utilizarlas todas, si es posible, en la lucha interna por la verdad, el bien y la belleza. El hombre será feliz solo cuando vea la fuente y el fin último de su existencia. Es esta fuente y propósito que san Pablo nos presenta en su carta a los Efesios, cuando enseña que Dios nos creó ¨para existir para la gloria de su majestad¨ (1,12). Así, el hombre encuentra el fin de su existencia no solo en alcanzar la perfección a la medida del mismo Dios, sino también cuando toda su vida se convierte en un himno de alabanza al Creador. El cántico de Zacarías, cántico de Simeón o el Magníficat de María, demuestran que sucede con el hombre cuando se concentra en Dios. A lo largo de los siglos, la comprensión y la experiencia de esta realidad se ha dado a muchos santos.
Beatificado en Varsovia el 19 de junio de 2005, el Beato Bronislao Markiewicz (1842-1912), presbítero, Fundador de la Congregación de San Miguel Arcángel y de la Congregación de las Hermanas de San Miguel Arcángel, en sus escritos y sermones a menudo recordaba la llamada universal a la santidad. Demostró que la santidad no es solo de dominio de los monjes o religiosos, sino que debe convertirse en la parte de cada uno de nosotros. Por eso, en casi todas las ediciones del periódico mensual Templanza y Trabajo, en la columna dedicada a “Estrellas Guías”, mostraba distintos modelos de santidad. También enfatizaba que, sobre todo, debemos cuidar el tesoro invaluable de la fe. Este tesoro no solo debe protegerse para que no se pierda, sino que debe desarrollarse y nutrirse, porque sin fe el hombre no alcanzará la santidad.
Conocer y meditar la Palabra de Dios juega un papel importante en el desarrollo de la fe. Sin fe, no solo el Adviento sino también la Navidad serían simplemente un tiempo de descanso de los deberes y una oportunidad para divertirse juntos, beber, comer fuera de la casa o en el seno de la familia y nada más. Por consiguiente, no solo Zacarías, Simeón, María o un santo, sino que también nosotros debemos luchar por la verdad sobre el origen de navidad y del ser humano, para que la bondad de Dios y su belleza se presentan en Jesucristo nunca desaparezcan de nuestras vidas.
Padre Jan Jimmy Drabczak CSMA
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