Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. (Eclesiástico 3, 17-18.20.28-29)

El libro del Eclesiástico, del cual se nos propone la primera lectura de este domingo, tiene sus particularidades. Es el más largo de los cinco libros que comprenden el bloque de los llamados libros sapienciales que aparecen en las Biblias católicas. Sus temas son variadísimos. Es la única obra del Antiguo Testamento que lleva la firma de su autor: Jesús Ben Sirá (“Sabiduría de Jesús, hijo de Sirá”). De ahí que se le conozca también como Sirácida. Desde muy antiguo recibió el nombre de Eclesiástico, “el libro de la asamblea”, por ser bastante empleado para la formación moral de los que se iniciaban en la vida cristiana. El libro viene a ser, como toda la literatura sapiencial bíblica, una propuesta de “sabiduría de la vida”.

En efecto, la sabiduría es para orientar el vivir cotidiano. De lo contrario sería un saber estéril. Se es sabio para saber vivir; se cultiva la sabiduría en función de la vida. No se trata, por lo tanto, de un saber especulativo, ese que sirve para tener buenas y claras ideas. La sabiduría es más pragmática, lo que no quiere decir utilitaria. Y si lo es, su utilitarismo está en función de la vida misma. Por eso la sabiduría no solo hay que buscarla, también hay que amarla, acogerla en el corazón, para que ella configure toda la vida de la persona. Una de sus manifestaciones aparece en el texto que encabeza esta página: la humildad. El corazón humilde tiene a Dios de su parte y se gana la buena voluntad de los hombres. Por eso hay que evitar lo más posible la dureza de corazón. El resultado final también nos lo dice el texto: la alegría. “El oído atento a la sabiduría se alegrará”, así termina la lectura. Permítame el lector traer aquí otras dos alusiones a la relación entre sabiduría y alegría que aparecen en el libro del Eclesiástico: “Al final hallarás descanso en ella [la sabiduría] y ella se convertirá en tu alegría” (6,18-37). “Al final, su paga es la alegría” (1,23b). No se trata de cualquier alegría, es la alegría del corazón satisfecho, de haber ido acertando en la vida, de la vida plena.

Ben Sirá, el autor de este libro se adelantó más de veintidós siglos a los psicólogos modernos que proponen la realización personal como la meta del ser humano. Su interés es ayudar al hombre de su tiempo, y de todos los tiempos a alcanzar una vida lograda. Ha querido regalarnos un abanico de temas sobre el vivir humano en forma de lecciones de sabiduría práctica, social y psicológica. Cada quien se juega su realización personal en la forma como asume su propia vida. No le interesa el orden lógico ni el desarrollo orgánico de su obra; le importa que sus consejos ayuden a la persona a alcanzar la alegría del corazón. Para ello inculca actitudes y valores como la prudencia, la sinceridad, la paciencia, el autocontrol, la autodisciplina, la humildad; mientras desaconseja la tacañería, el orgullo, la jactancia, las falsas seguridades, la hipocresía; todos esos son vicios propios del necio-insensato.

No obstante, su libro no es un recetario. Para él todo se juega en el corazón. De allí brotan las actitudes, valores y sentimientos a cultivar. ¡Cuánto se parece a Jesús de Nazaret! Recordemos que en una de sus frases más lapidarias el maestro de Nazaret pone en evidencia que lo que sale de dentro del hombre es lo que lo hace impuro. Por eso hay que cuidar el corazón. Pero la buena intención no basta, por eso hay que dejarse guiar por “el temor de Dios” que añade un “plus” a la sensibilidad humana. Hay en el libro del Eclesiástico tres elementos que son signo patente del humanismo religioso que caracteriza a su autor: sensibilidad humana, sentido ético y referencia explícita a Dios. Con lo que se nos quiere insistir que el ser humano no alcanza su realización personal encerrado en sí mismo, sino en la alteridad, en su apertura a los otros (ética) y al Otro (religiosidad). Ben Sirá tiene la convicción de que Dios toma en serio al ser humano y le hace justicia en este mundo. Es quizá el autor más humanista de la sapiencial bíblica. La sabiduría que propugna es aquella que sirve al hombre para vivir mejor en este mundo. Es un sabio que pisa la tierra.

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